Un Nuevo Capítulo en la Tragedia Monetaria Argentina
Un Análisis Praxeológico del Intervencionismo Monetario Argentino a la Luz de la Teoría Austriaca del Ciclo Económico
El comunicado del Banco Central de la República Argentina anuncia lo que denomina «fase de re-monetización 2026», presentándolo como la solución definitiva a los males inflacionarios endémicos que caracterizaron la economía argentina desde la ruptura definitiva del patrón oro en 1971 y, más específicamente, desde el colapso del Plan de Convertibilidad de Domingo Cavallo en 2001. Sin embargo, si hacemos un análisis desde los principios fundamentales de la praxeología (entendida como la lógica de la acción humana) y de la teoría monetaria austriaca, heredera de la tradición que va desde Carl Menger hasta nuestros días, revela que esta propuesta no constituye sino una reiteración sofisticada del intervencionismo monetario que John Law ya experimentó desastrosamente en la Francia del siglo XVIII con su sistema del Mississippi.
La Ilusión de la Ingeniería Monetaria
El BCRA propone un esquema de bandas cambiarias que evolucionarían mensualmente según la inflación medida por el INDEC, acompañado de un ambicioso programa de acumulación de reservas internacionales. Esta pretensión de «gestionar» científicamente la oferta monetaria y el tipo de cambio ignora que la inflación es siempre y en todo lugar un fenómeno monetario causado por la expansión artificial del crédito.
Lo que el BCRA presenta como innovación no es más que una variante del constructivismo racionalista que Hayek identificó como la raíz de todos los errores del intervencionismo económico. La creencia de que una autoridad central puede determinar la cantidad «óptima» de dinero en circulación, ajustar bandas cambiarias y guiar la economía hacia una «desinflación ordenada» del 4,8% del PBI para diciembre de 2026 es una manifestación paradigmática de la fatal arrogancia que caracteriza a los planificadores centrales.
Ya tengo un artículo sobre la oferta monetaria optima.
El Fantasma de Helicopter Ben en el Río de la Plata
Este programa evoca inevitablemente las políticas monetarias expansivas de Ben Bernanke durante la crisis financiera de 2008. Las inyecciones masivas de liquidez, la manipulación sistemática de las tasas de interés y la creencia en la capacidad del banco central para «estimular» la economía produjeron precisamente lo contrario de lo prometido: burbujas especulativas, malas asignaciones masivas de capital y el empobrecimiento sistemático de quienes dependen de ingresos fijos.
Como el profesor Jesús Huerta de Soto ha demostrado en sus análisis sobre la banca central en su libro «Dinero, Crédito Bancario y Ciclos Económicos», estas instituciones operan necesariamente con un sesgo inflacionario inherente. Su propia existencia depende de la continua expansión del crédito y la monetización de la deuda pública. Pretender que el BCRA va a actuar como guardián de la estabilidad monetaria es como esperar que el zorro proteja el gallinero.
El Legado de la Currency School y la Banking School: Un Debate Inacabado
Para comprender cabalmente la magnitud del error conceptual que tiene el comunicado del BCRA, resulta imprescindible retrotraernos al célebre debate decimonónico entre la Currency School y la Banking School que dominó el pensamiento monetario británico entre 1820 y 1844, culminando en la Bank Charter Act de Robert Peel.
La Currency School, representada por personas como David Ricardo y Lord Overstone, sostenía que la emisión de billetes bancarios debía estar estrictamente limitada por las reservas metálicas, replicando así los efectos automáticos del patrón oro puro. La Banking School, encabezada por Thomas Tooke y John Fullarton, argumentaba que la demanda de crédito por sí misma regularía la cantidad de dinero en circulación, adhiriéndose a la falaz doctrina de las letras reales (real bills doctrine) que Adam Smith había defendido equivocadamente en La Riqueza de las Naciones.
La síntesis austriaca, magistralmente elaborada por nuestro querido Ludwig von Mises en su Teoría del Dinero y del Crédito (1912), demostró que ambas escuelas erraban en aspectos fundamentales. La Currency School acertaba al identificar la expansión del crédito como causa de los ciclos económicos, pero se equivocaba al limitar su análisis únicamente a los billetes bancarios, ignorando los depósitos a la vista. La Banking School, por su parte, fracasaba rotundamente al no comprender que la expansión crediticia desvinculada del ahorro real genera inevitablemente un alargamiento artificial e insostenible de la estructura de capital.
El BCRA, en su comunicado, pretende «gestionar» la demanda de dinero mediante la manipulación de agregados monetarios, ignorando que la demanda de saldos reales es una función de las preferencias temporales de los agentes económicos y no puede ser dirigida centralmente sin falsear completamente el sistema de precios relativos.
La Teoría Austriaca del Ciclo Económico
Cuando el BCRA anuncia su intención de «acompañar la recuperación de la demanda de dinero priorizando su abastecimiento a través de la acumulación de reservas internacionales», está revelando su adhesión a la falaz teoría cuantitativa mecánica del dinero (MV=PT) que Irving Fisher popularizó y que la Escuela Austriaca refutó definitivamente.
La teoría austriaca del ciclo económico, desarrollada por Mises en los años veinte y perfeccionada por Hayek en obras como Precios y Producción (1931) y La Teoría Monetaria y el Ciclo Económico (1929), explica cómo la expansión artificial del crédito (facilitada por la banca de reserva fraccionaria y magnificada por los bancos centrales) genera una descoordinación intertemporal entre ahorradores e inversores.
Cuando el BCRA expande la base monetaria del 4,2% al 4,8% del PBI, no está simplemente «aumentando la liquidez» como sugiere el keynesianismo vulgar. Está, más precisamente, distorsionando la estructura temporal de la producción, enviando señales falsas a los empresarios sobre la disponibilidad real de recursos de capital, induciendo inversiones que no podrán completarse porque no existe ahorro genuino que las respalde.
Este fenómeno (que Hayek denominó el «efecto Ricardo» en honor a la teoría ricardiana de la renta diferencial aplicada al capital) genera el boom artificial característico de toda fase expansiva del ciclo: los proyectos de inversión intensivos en capital parecen súbitamente rentables debido a la artificialmente reducida tasa de interés, solo para revelar su inviabilidad cuando la inevitable fase de contracción expone la ausencia de ahorro real.
El Teorema de la Regresión Monetaria y la Imposibilidad Lógica de la Re-monetización Forzada
Carl Menger, en su libro Principios de Economía Política (1871) y en su ensayo sobre el origen del dinero (1892), estableció el principio fundamental de que el dinero emerge espontáneamente del proceso de mercado como el bien más comercializable (marketability). Mises formalizó este insight en su célebre teorema de la regresión monetaria, demostrando que el valor presente de cualquier medio de intercambio debe fundamentarse en su valor de uso previo o en su poder adquisitivo del día anterior.
Este teorema destruye completamente la pretensión del BCRA de «re-monetizar» el peso argentino mediante decretos administrativos y manipulaciones de bandas cambiarias. El poder adquisitivo de una moneda no puede establecerse ex nihilo por decisión de una autoridad central; debe derivarse de la valoración subjetiva de millones de individuos actuando en el mercado, valoración que a su vez se remonta, eslabón por eslabón en la cadena causal histórica, hasta el momento en que ese bien era demandado por su utilidad directa como mercancía.
El peso argentino perdió sistemáticamente su función como depósito de valor (una de las tres funciones del dinero junto con la de medio de intercambio y unidad de cuenta) precisamente porque décadas de emisión inflacionaria erosionaron la confianza en su estabilidad futura. Esta desmonetización no puede revertirse mediante artilugios técnicos del banco central, sino únicamente mediante la restauración de un respaldo genuino y la eliminación de la tentación gubernamental de financiar el déficit mediante el señoreaje.
La Falacia de la Neutralidad del Dinero y los Efectos Cantillon
El comunicado del BCRA presupone implícitamente la doctrina de la neutralidad del dinero, según la cual cambios en la cantidad nominal de dinero afectan proporcionalmente todos los precios sin alterar los precios relativos. Esta concepción, que se remonta a David Hume y fue adoptada acríticamente por los economistas neoclásicos del equilibrio general walrasiano, ignora completamente los efectos distributivos de la inyección monetaria que Richard Cantillon identificó ya en 1755 en su «Essai sur la Nature du Commerce en Général».
Los efectos Cantillon (redescubiertos y formalizados por la Escuela Austriaca) demuestran que el dinero nuevo no entra uniformemente en la economía, sino en puntos específicos, beneficiando a quienes lo reciben primero (típicamente el gobierno, los bancos y sus clientes privilegiados) a expensas de quienes lo reciben posteriormente o nunca, después de que los precios ya se han ajustado.
Cuando el BCRA anuncia que «podrá concretar compras en bloque que de otra manera podrían afectar el buen funcionamiento y la estabilidad del mercado» cambiario, está revelando su intención de actuar como price maker en el mercado de divisas. Esta intervención necesariamente genera ganadores y perdedores arbitrarios: los exportadores y tenedores de dólares se benefician de un tipo de cambio artificialmente alto, mientras que los importadores y consumidores de bienes transables sufren pérdidas patrimoniales reales.
Esta transferencia coercitiva de riqueza viola el principio fundamental de la ética de la apropiación originaria (homesteading) que fue articulado por John Locke y desarrollado sistemáticamente por Murray Rothbard y Hans-Hermann Hoppe, cada individuo tiene derecho de propiedad sobre aquello que ha producido mediante su trabajo o adquirido mediante intercambio voluntario. La inflación constituye un expolio sistemático comparable en sus efectos redistributivos a la tributación directa, pero moralmente más pernicioso por su opacidad.
El Intervencionismo Monetario y el Cálculo Económico Socialista
El programa del BCRA ejemplifica lo que Mises denominó el «caos planificado» del intervencionismo, cada medida intervencionista genera consecuencias no deseadas que inducen nuevas intervenciones en una espiral infinita que conduce inexorablemente hacia la socialización completa o hacia el colapso del sistema.
En su libro Socialismo de 1922 y en sus ensayos sobre el cálculo económico de 1920, Mises demostró el teorema de la imposibilidad del cálculo económico racional bajo el socialismo, sin precios de mercado genuinos para los bienes de capital, formados mediante la interacción de oferentes y demandantes privados, no existe método para determinar qué usos alternativos de los recursos son económicamente eficientes.
El bien económico universal cuyo precio (la inversa del nivel general de precios o poder adquisitivo) afecta a todas las transacciones. Cuando el BCRA pretende «definir una trayectoria consistente para los agregados monetarios que permita compatibilizar el proceso de desinflación con la acumulación de reservas internacionales», está asumiendo capacidades epistémicas que ningún ser humano ni comité de tecnócratas puede poseer.
Friedrich Hayek elaboró este argumento en su discurso del Premio Nobel (1974), “La Pretensión del Conocimiento”, distinguiendo entre el conocimiento científico sistematizado y el conocimiento práctico disperso (tacit knowledge) que solo existe en forma fragmentada en las mentes de millones de individuos. La fatal arrogancia del planificador central consiste precisamente en creer que puede reemplazar el orden espontáneo del mercado mediante diseño consciente.
De John Law a la Hiperinflación Alemana
La historia monetaria mundial está sembrada de experimentos fallidos de gestión centralizada del dinero que el presidente y su equipo económico parecen decididos a ignorar. El sistema de John Law en Francia constituye el ejemplo paradigmático, convencido de que la pobreza de Francia se debía a la escasez de dinero, Law obtuvo autorización para establecer un banco emisor y una compañía comercial (la Compañía del Mississippi). La expansión inicial del crédito generó un boom especulativo seguido de un colapso catastrófico que arruinó a miles de franceses y desacreditó el papel moneda durante muchas generaciones.
La hiperinflación alemana de 1923, que fue analizada por Costantino Bresciani-Turroni en su estudio de 1931, ofrece lecciones aún más útiles para Argentina. La emisión descontrolada del Reichsbank para financiar las reparaciones de guerra destruyó completamente el marco alemán, en noviembre de 1923, se necesitaban 4,2 billones de marcos para comprar un dólar estadounidense. La clase media alemana fue aniquilada económicamente, creando las condiciones sociales que facilitaron el ascenso del nacionalsocialismo.
Más cercano temporal y geográficamente, el colapso del austral argentino con Alfonsín de 1985 a 1989 y la posterior crisis de 2001 que liquidó la convertibilidad del peso demuestran que Argentina no es inmune a estas dinámicas. La tasa de inflación anual alcanzó el 3.079% en 1989 y el 4.923% en 1990.
¿Qué lección extrae el BCRA de esta historia trágica? Aparentemente ninguna, porque insiste en aplicar las mismas recetas que fracasaron repetidamente durante tres siglos de experimentación monetaria.
Democracia, Preferencia Temporal y Destrucción Monetaria
Hans-Hermann Hoppe, en su obra Democracia: El Dios que Falló, desarrolla un argumento aún más radical, la democracia sistemáticamente promueve preferencias temporales altas (es decir, una orientación hacia el consumo presente a expensas de la inversión futura) porque los gobernantes democráticos, a diferencia de los monarcas hereditarios, no tienen incentivos para preservar el valor de largo plazo del «capital» que administran temporalmente.
Esta dinámica se manifiesta con especial intensidad en la política monetaria. Un monarca propietario que emita excesivamente y destruya el valor de la moneda está destruyendo su propio patrimonio heredable; sus herederos recibirían un reino empobrecido. Un presidente democrático que infle la moneda durante su mandato cosecha los beneficios políticos inmediatos (popularidad por el gasto público, reducción del valor real de la deuda) mientras que los costos los sufren administraciones futuras o la población en general.
El BCRA, como agencia del Estado democrático argentino, está estructuralmente sesgado hacia la inflación. Sus directivos son nombrados políticamente, responden a presiones del poder ejecutivo y legislativo, y carecen de incentivos personales para mantener la disciplina monetaria cuando esta entra en conflicto con las demandas de financiamiento del déficit fiscal.
El anuncio de que la política monetaria se va a ajustar «permitiendo compatibilizar el proceso de desinflación con la acumulación de reservas» es un eufemismo transparente, se va a continuar emitiendo, solo que a una tasa «administrada» que supuestamente será no-inflacionaria. Esta es precisamente la promesa que todos los bancos centrales hacen antes de cada ciclo inflacionario.
La Teoría de la Preferencia Temporal y el Interés Natural
Eugen von Böhm-Bawerk, en su libro Capital e Interés, estableció que la tasa de interés es la expresión del fenómeno universal de la preferencia temporal, los individuos valoran los bienes presentes más que los bienes futuros idénticos, y esta diferencia de valoración se manifiesta como el interés.
Knut Wicksell distinguió posteriormente entre la tasa de interés monetaria (fijada por los bancos) y la tasa de interés natural (determinada por la productividad del capital y las preferencias temporales). Cuando la tasa monetaria se sitúa artificialmente por debajo de la natural (precisamente lo que la política del BCRA busca lograr mediante su gestión de la liquidez) se induce el ciclo económico austriaco.
La acumulación de reservas internacionales mediante compras de divisas por el BCRA expande la base monetaria, presionando a la baja las tasas de interés domésticas. Esta reducción artificial señala falsamente a los empresarios que existe más ahorro disponible del que realmente hay, induciéndolos a emprender proyectos de inversión que no podrán completarse. El resultado inevitable es un boom insostenible seguido de un bust correctivo.
Ludwig Lachmann, en su libro sobre la estructura del capital, hizo énfasis en la heterogeneidad del capital y la especificidad de los bienes de capital, una vez que se realizaron inversiones específicas en determinados proyectos, no pueden reorientarse sin pérdidas sustanciales. El ciclo económico inducido por la expansión crediticia no es meramente un problema de «sobreinversión» agregada, sino de malinvestment, inversión errónea en la estructura temporal incorrecta de producción.
La Esterilización Monetaria
El BCRA menciona oblicuamente que «sin requerir esfuerzos sostenidos de esterilización», sugiriendo que en el pasado intentó esterilizar sus intervenciones cambiarias. La esterilización (típicamente mediante la venta de títulos públicos para absorber el dinero inyectado por la compra de divisas) es un reconocimiento implícito de que la expansión monetaria es problemática.
Pero acá surge una contradicción lógica, si el objetivo es «re-monetizar» la economía aumentando la demanda de pesos, ¿por qué entonces se necesitaría esterilizar la emisión? Y si la esterilización es necesaria para prevenir la inflación, ¿por qué afirmar que la expansión monetaria será no-inflacionaria?
Esta contradicción revela la inviabilidad fundamental de toda política monetaria discrecional, el banco central no puede simultáneamente expandir la cantidad de dinero (para «estimular» la economía o acumular reservas) y mantener estable su valor (para preservar su función como depósito de valor). Como demostró Mises, la única manera de evitar esta contradicción es eliminar la posibilidad misma de expansión discrecional mediante el patrón oro clásico o, más radicalmente, mediante la privatización completa del dinero.
La Desnacionalización del Dinero
Friedrich Hayek propuso en 1976, en un ensayo titulado La Desnacionalización del Dinero, una solución: permitir que bancos privados emitan sus propias monedas en competencia, sin curso legal forzoso ni privilegios monopolísticos. El argumento es que si la competencia genera eficiencia y calidad en todos los demás mercados, ¿por qué el dinero debería ser una excepción?
En un sistema de monedas competitivas, cada banco emisor tendría fuertes incentivos para mantener el valor de su moneda, cualquier depreciación induciría a los usuarios a cambiar a monedas más estables de la competencia. La disciplina de mercado reemplazaría la discrecionalidad burocrática, y la política monetaria sería determinada por las preferencias agregadas de millones de consumidores monetarios.
Rothbard objetó ciertos aspectos de la propuesta hayekiana, argumentando que permitir la emisión privada de dinero fiduciario simplemente reemplazaría un monopolio público por varios monopolios privados, todos igualmente tentados a expandir el crédito. Su solución preferida era el patrón oro 100%, es decir, un sistema donde cada unidad monetaria estuviera respaldada por una cantidad equivalente de oro físico, sin reserva fraccionaria.
El Patrón Oro Clásico
El patrón oro clásico internacional, que funcionó aproximadamente desde 1870 hasta 1914, constituyó el sistema monetario más estable que la humanidad tuvo en su historia. Bajo este régimen, las principales monedas estaban definidas como cantidades fijas de oro, la libra esterlina equivalía a 113,0016 granos de oro fino, el dólar estadounidense a 23,22 granos. Los tipos de cambio, por tanto, eran simplemente ratios de pesos de oro y permanecían fijos automáticamente.
El mecanismo de ajuste de la balanza de pagos funcionaba automáticamente mediante los flujos de oro, un país con déficit comercial perdía oro, su base monetaria se contraía, los precios caían y las exportaciones se volvían más competitivas, corrigiendo el desequilibrio. Este sistema descentralizado operaba sin necesidad de coordinación internacional, conferencias monetarias ni acuerdos multilaterales.
La Primera Guerra Mundial destruyó este orden. Los gobiernos beligerantes suspendieron la convertibilidad del oro para financiar el esfuerzo bélico mediante emisión inflacionaria. El intento de restauración durante los años veinte (el llamado patrón de cambio-oro o gold exchange standard) fue profundamente defectuoso porque permitió a los bancos centrales mantener reservas en libras y dólares además de oro, multiplicando artificialmente la base monetaria mundial.
La Gran Depresión de 1929-1933 selló el destino del oro como dinero internacional. El análisis austriaco, desarrollado particularmente por Lionel Robbins en su libro Gran Depresión de 1934 y por Murray Rothbard en America’s Great Depression en 1963, demostró que la crisis no fue causada por el patrón oro sino por su abandono de facto, la Reserva Federal expandió masivamente el crédito durante los años veinte, generando el boom especulativo que inevitablemente colapsó.
La conferencia de Bretton Woods en 1944 estableció un sistema híbrido donde solo el dólar estadounidense era convertible en oro (a 35 dólares la onza), mientras que las demás monedas se vinculaban al dólar. Este sistema del patrón dólar-oro duró hasta 1971, cuando Richard Nixon suspendió unilateralmente la convertibilidad, inaugurando la era del dinero fiduciario puro que padecemos (y gran parte de la culpa se la lleva el pelotudo de Keynes).
La Base Monetaria y los Agregados
El comunicado del BCRA hace referencia repetida a «agregados monetarios» y a la «base monetaria», mostrando su adhesión al enfoque mecanicista de la teoría cuantitativa.
La base monetaria (o dinero de alta potencia) comprende el efectivo en circulación más las reservas bancarias. Los agregados M1, M2, M3, etc., incluyen progresivamente formas menos líquidas de activos financieros. La teoría monetarista, asociada con Milton Friedman, propone controlar estos agregados para estabilizar la economía.
Esta taxonomía es profundamente insatisfactoria porque ignora la distinción fundamental entre dinero genuino (money proper), oro o plata, y sustitutos monetarios perfectos (certificados de oro 100% respaldados) versus substitutos imperfectos (billetes y depósitos con reserva fraccionaria). Los agregados monetarios convencionales mezclan categorías lógicamente distintas, oscureciendo los mecanismos causales que operan en la economía.
Cuando el BCRA anuncia que va a expandir la base monetaria del 4,2% al 4,8% del PBI, está admitiendo implícitamente que va a aumentar la cantidad de sustitutos monetarios sin respaldo. El eufemismo de «acompañar la demanda de dinero» no puede ocultar que se trata de expansión crediticia clásica que necesariamente va a generar distorsiones en la estructura de producción.
La Dimensión Ética
Más allá de los argumentos de eficiencia económica, existe una dimensión ética importante.
La banca de reserva fraccionaria (el sistema donde los bancos mantienen solo una fracción de los depósitos a la vista en reserva, prestando el resto) constituye un fraude contractual. Cuando deposito 100 onzas de oro en un banco «a la vista», el contrato implica que puedo retirarlas en cualquier momento. Si el banco presta 90 de esas onzas a un tercero, existen ahora dos personas con derechos de propiedad sobre las mismas 90 onzas: yo (quien puede retirarlas «a la vista») y el prestatario (quien las recibió en préstamo). Esta duplicación de títulos de propiedad sobre el mismo bien físico es lógicamente contradictoria.
El patrón oro 100% eliminaría esta contradicción, los bancos solo podrían prestar dinero que efectivamente han recibido en depósitos a plazo, donde el depositante conscientemente renuncia a la disponibilidad inmediata a cambio de intereses. La expansión del crédito quedaría estrictamente limitada por el ahorro genuino.
Los bancos centrales magnifican exponencialmente este fraude originario. El BCRA, al expandir la base monetaria, está diluyendo el poder adquisitivo de todos los tenedores existentes de pesos sin su consentimiento. Esto constituye una expropiación encubierta que viola el principio fundamental de que toda transferencia legítima de propiedad debe ser voluntaria.
La Imposibilidad del Equilibrio Monetario en el Intervencionismo
Mises desarrolló en su hermoso libro Acción Humana (1949) el concepto de catallaxis (la teoría del intercambio y la formación de precios) demostrando que el equilibrio es una construcción mental auxiliar que nunca se realiza en la economía real. Los mercados están en perpetuo proceso de ajuste dinámico (market process), no en equilibrio estático.
Esto destruye la pretensión del BCRA de alcanzar un «equilibrio» de agregados monetarios. No existe tal cosa como una cantidad «correcta» de dinero determinable a priori. La cantidad óptima de dinero para una economía es aquella que emerge del proceso voluntario de intercambio, no la que un grupo de tecnócratas considera apropiada según sus modelos econométricos.
El Mito del Trade-off entre Inflación y Desempleo
Aunque el comunicado del BCRA no menciona explícitamente la curva de Phillips, toda su arquitectura conceptual presupone la existencia de un trade-off explotable entre inflación y producción/empleo. Esta falacia keynesiana fue demolida teóricamente por Mises en los años veinte y empíricamente por la estanflación de los años setenta.
La teoría austriaca demuestra que la expansión monetaria solo puede reducir temporalmente el desempleo mediante el engaño de los trabajadores sobre el salario real (lo que Friedman llamó posteriormente «ilusión monetaria»). Una vez que las expectativas se ajustan, el desempleo retorna a su nivel natural mientras que la inflación persiste en el nivel más alto, generando la temida estanflación.
Edmund Phelps y Milton Friedman desarrollaron la teoría de la tasa natural de desempleo, llegando desde perspectivas distintas a conclusiones similares a las austriacas, no existe trade-off permanente explotable mediante política monetaria. Argentina verificó esta proposición repetidamente, décadas de inflación elevada coexistieron con desempleo crónico superior al 8-10%.
Elección Pública y Captura Regulatoria
James Buchanan y Gordon Tullock, fundadores de la Escuela de Elección Pública (Public Choice), mostraron que los políticos y burócratas responden a incentivos igual que los agentes privados.
El BCRA, como toda agencia gubernamental, está sujeto a captura regulatoria, los grupos de interés organizados (grandes deudores, exportadores, el propio gobierno) pueden influir en su política monetaria para obtener beneficios particulares a expensas del interés general. La historia argentina está plagada de episodios donde el banco central financió directamente al tesoro, otorgó créditos subsidiados a sectores privilegiados o manipuló el tipo de cambio para favorecer a determinados grupos económicos.
La ilusión tecnocrática supone que los directivos del BCRA son platónicos filósofos-reyes que buscan desinteresadamente el bien común. La independencia formal del banco central es una ficción cuando el presidente de la república nombra a sus directivos y puede destituirlos.
La Abolición del Banco Central
Rothbard propuso la abolición del banco central como paso necesario, aunque no suficiente, hacia un sistema monetario genuinamente libre. Su programa incluía:
Eliminar las leyes que obligan a aceptar el peso argentino como medio de pago, permitiendo que contratos privados especifiquen cualquier medio de pago mutuamente acordado.
Permitir que empresas privadas acuñen monedas de oro y plata, sujetas únicamente a leyes contra el fraude (especificación precisa de peso y fineza).
Establecer que los depósitos a la vista constituyen un contrato de depósito (bailment), no un préstamo, haciendo ilegal que los bancos presten fondos depositados a la vista.
Reconocer que gran parte de la deuda argentina es matemáticamente impagable y que su eventual reestructuración es inevitable, mejor hacerla ordenadamente que mediante crisis.
Transferir sus funciones residuales legítimas (compensación de cheques, prevención de fraude bancario) a agencias privadas o judiciales.
La verdadera re-monetización va a comenzar cuando el último peso fiduciario sea reemplazado voluntariamente por dinero genuino elegido libremente por el mercado, y cuando el edificio del BCRA cierre definitivamente sus puertas, convirtiéndose en museo de los errores económicos del siglo XX.





