Coincido con el fondo de tu mensaje, pero creo que vale ir un paso más allá.
Decir que "las decisiones del Estado moldean más que cualquier mercado libre" es afirmar algo que, aunque cierto en lo descriptivo, es trágico en lo normativo. Y ahí está el corazón de la economía política: no solo en entender quién decide, sino desde dónde decide y con qué incentivos.
Las políticas no son neutrales, decís, y tenés razón. Pero tampoco lo son los políticos. Ningún burócrata decide en abstracto. Decide para ganar elecciones, para sostener alianzas, para comprar lealtades. Eso no es cinismo, es estructura. Es el incentivo lógico del aparato estatal. Y cuando ese poder se combina con la economía, lo que emerge no es racionalidad técnica, sino ingeniería social al servicio de quienes ocupan el poder en ese momento.
El mercado, por imperfecto que sea, opera desde abajo: parte de la acción voluntaria, de la prueba y error, de la información dispersa. El Estado, en cambio, impone desde arriba: parte de la coerción, de la norma general, del diseño centralizado.
¿Eso significa que el mercado debe ser absoluto? No. Pero sí significa que cuando analizamos la economía política, no podemos caer en la trampa de naturalizar el peso del Estado como si fuera neutral, sabio o justo por definición. Como bien decís, todo privilegio tiene un destinatario. Y ahí es donde el verdadero analista de la economía política tiene que hacer la pregunta que pocos se animan a hacer: ¿A quién le conviene que las cosas sigan como están?
La economía política, bien entendida, no estudia cómo funciona el poder. Estudia cómo el poder se justifica, se reproduce y se disfraza de bien común.
Y por eso, entenderla no es una opción. Es una obligación moral.
La economía política no es solo teoría, sino la combinación inseparable de economía y poder político.
Las decisiones del Estado, como subsidios y controles, moldean la realidad económica más que cualquier mercado libre.
Lo que subyace es que las políticas no son neutrales, sino que siempre privilegian ciertos intereses.
Coincido con el fondo de tu mensaje, pero creo que vale ir un paso más allá.
Decir que "las decisiones del Estado moldean más que cualquier mercado libre" es afirmar algo que, aunque cierto en lo descriptivo, es trágico en lo normativo. Y ahí está el corazón de la economía política: no solo en entender quién decide, sino desde dónde decide y con qué incentivos.
Las políticas no son neutrales, decís, y tenés razón. Pero tampoco lo son los políticos. Ningún burócrata decide en abstracto. Decide para ganar elecciones, para sostener alianzas, para comprar lealtades. Eso no es cinismo, es estructura. Es el incentivo lógico del aparato estatal. Y cuando ese poder se combina con la economía, lo que emerge no es racionalidad técnica, sino ingeniería social al servicio de quienes ocupan el poder en ese momento.
El mercado, por imperfecto que sea, opera desde abajo: parte de la acción voluntaria, de la prueba y error, de la información dispersa. El Estado, en cambio, impone desde arriba: parte de la coerción, de la norma general, del diseño centralizado.
¿Eso significa que el mercado debe ser absoluto? No. Pero sí significa que cuando analizamos la economía política, no podemos caer en la trampa de naturalizar el peso del Estado como si fuera neutral, sabio o justo por definición. Como bien decís, todo privilegio tiene un destinatario. Y ahí es donde el verdadero analista de la economía política tiene que hacer la pregunta que pocos se animan a hacer: ¿A quién le conviene que las cosas sigan como están?
La economía política, bien entendida, no estudia cómo funciona el poder. Estudia cómo el poder se justifica, se reproduce y se disfraza de bien común.
Y por eso, entenderla no es una opción. Es una obligación moral.