El error monetario de Milei: por qué "monetizar la economía" es un error.
La expansión del crédito no crea riqueza, la deflación no destruye el crecimiento y ningún Banco Central puede gestionar mejor el dinero que el propio mercado.
El presidente afirmó que el crédito al sector privado no financiero (que pasó de representar el 4% del PBI al 9%) es demasiado bajo, y que esto refleja una economía "poco monetiza".
Según lo que plantea, si la demanda de dinero crece y la cantidad se mantiene fija, los precios caerían y eso frenaría la actividad económica. Su solución sería permitir que el Banco Central monetice la economía, comprando dólares o activos financieros para que la base monetaria acompañe la mayor demanda de dinero.
Este razonamiento tiene en errores conceptuales graves (creo que tiene que volver a leer Human Action de Mises). Aunque Milei parte de un diagnóstico correcto (la debilidad estructural del crédito y la necesidad de estabilidad monetaria), su conclusión sigue atada al paradigma del intervencionismo monetario que él mismo dice que quiere combatir. De repente Milei está teniendo una postura Keynesiana.
Pueden ver el video acá: Enlace a X (ex Twitter)
El crédito no es causa de capitalización, sino su consecuencia
El primer error está en suponer que la baja relación crédito/PBI refleja una falta de profundidad financiera que tiene que ser corregida. En la teoría misesiana, el crédito no es una variable autónoma ni una herramienta de política económica. Es el resultado del ahorro voluntario y de la confianza en las instituciones que protegen la propiedad privada.
El capital prestable no se crea mediante decretos ni políticas del Banco Central, sino que surge de la abstención del consumo presente. Cuando una persona ahorra, renuncia a usar parte de su ingreso actual para destinarlo al futuro. Esa abstención genera los fondos que luego el sistema financiero canaliza hacia inversiones productivas.
Por tanto, un aumento en el crédito solo es saludable si responde a un incremento genuino del ahorro. Si el crédito crece por expansión fiduciaria o intervención monetaria, lo que se multiplica no es la riqueza real sino las malas inversiones (lo que Mises denominó "malinvestment"). Esto también lo explico el profesor Jesús Huerta de Soto en su libro "Dinero, crédito bancario y ciclos económicos".
Medir la profundidad financiera por el volumen de crédito en relación al PBI es, por tanto, engañoso. Un país puede exhibir un crédito del 80% del PBI y estar inflando una burbuja, o tener solo un 10% y mantener un sistema sólido. Lo relevante no es el tamaño del crédito, sino su origen.
El mito de la deflación como enemigo del crecimiento
Milei dice que si la cantidad de dinero permanece fija mientras crece la demanda, los precios van a caer y eso va a a matar el crecimiento económico. Esa idea (muy extendida incluso entre economistas liberales) contradice el núcleo de la teoría misesiana del dinero.
La deflación, en sí misma, no destruye la economía. Lo que destruye la economía es la distorsión causada por inflaciones previas, que generan inversiones artificiales sostenidas por tasas de interés falsamente bajas. Cuando esas distorsiones se corrigen, los precios bajan, pero eso no es una catástrofe, es la señal de que el mercado está limpiando los errores pasados.
Y Mises fue explícito, la caída de los precios no es un mal. Solo puede serlo cuando es consecuencia de una expansión artificial del crédito previa. En un mercado libre, la tendencia natural de los precios es a caer, porque la productividad aumenta.
La deflación, en este sentido, no es una enfermedad, es una terapia. Permite que los precios vuelvan a reflejar las preferencias reales y que el poder adquisitivo del dinero aumente. Pretender evitarla expandiendo la base monetaria equivale a negar el ajuste del mercado para mantener artificialmente las distorsiones creadas por el ciclo inflacionario previo.
El concepto de "monetizar la economía" contradice el principio de neutralidad del dinero
La afirmación que hace de que el Banco Central puede monetizar la economía comprando dólares o activos financieros para acompañar la demanda de dinero implica una concepción mecanicista del sistema monetario. Supone que existe una relación estable y cuantificable entre demanda y oferta de dinero que una autoridad puede medir y compensar.
Mises rechazó esa idea por completo. La cantidad óptima de dinero, escribió, es la que resulte del libre intercambio. Cualquier cantidad de dinero es suficiente, porque el poder adquisitivo del dinero se ajusta automáticamente mediante los precios.
Ya hablé previamente sobre este tema en el siguiente artículo:
Cuando una autoridad intenta ajustar la oferta monetaria para acompañar la demanda, introduce una planificación central disfrazada de técnica. Lo que se presenta como monetización no es otra cosa que intervención. No hay diferencia esencial entre acompañar la demanda de dinero y controlar la masa monetaria, ambas presuponen que el Estado puede conocer mejor que el mercado la cantidad adecuada de dinero.
Esto contradice el principio de neutralidad misesiano, el dinero no debe tener efectos reales sobre la estructura productiva. Cualquier inyección de liquidez altera las tasas de interés, distorsiona las señales del mercado y reinicia el ciclo de auge y recesión.
La ilusión de la estabilidad administrada
El argumento de Milei también incurre en la vieja tentación del monetary management (que surge entre la escuela monetarista clásica inglesa y el keynesianismo), la idea de que una autoridad técnica puede lograr estabilidad de precios o de tipo de cambio mediante reglas cuantitativas. Pero Mises demostró hace 76 años que la estabilidad administrada es una ilusión. También tengo un artículo sobre este tema: hacé click acá para leerlo.
Los precios son un fenómeno de mercado, no una variable que pueda fijarse desde el gobierno. Cuando el Banco Central compra dólares o bonos para influir en la liquidez, genera efectos redistributivos, beneficia a los primeros receptores del nuevo dinero (el Estado, los bancos, las grandes empresas) y perjudica a quienes lo reciben último. Este es el fenómeno del efecto Cantillon (hay un artículo de Mark Thornton en el Mises Institute sobre este tema), que destruye la neutralidad del dinero y distorsiona la estructura del capital.
Por tanto, aun si la intervención se hace con la intención de acompañar la demanda de dinero, sigue siendo inflacionaria. No hay política monetaria neutral.
El camino a una verdadera economía libre
Si la meta es erradicar la inflación, no se logra ajustando la emisión sino eliminando la facultad de emitir. El problema no es la mala administración del Banco Central, sino su existencia misma. Mientras exista una autoridad con poder de alterar la cantidad de dinero, habrá inflación potencial y manipulación.
La única política verdaderamente liberal es la abolición del monopolio estatal sobre la moneda y la instauración de un sistema de banca libre con reserva fraccionaria disciplinada por la convertibilidad y la competencia. En ese contexto, la cantidad de dinero, el crédito y los precios se ajustarían por el del mercado (como siempre tuvo que haber sido).
En palabras de Jesús Huerta de Soto, no hay medio de evitar la crisis final del auge provocado por la expansión del crédito. La alternativa no es evitar el ajuste, sino elegir si el ajuste llega antes, por renuncia voluntaria, o más tarde, con la destrucción total del sistema monetario.
El razonamiento de Milei, aunque bien intencionado, conserva una raíz keynesiana, la creencia de que la autoridad monetaria puede y debe gestionar la cantidad de dinero. Mises demostró que eso es una contradicción con los propios principios del liberalismo.
Una economía no necesita monetización, necesita desmonopolización. El crédito no se profundiza desde un banco central, sino desde el ahorro. El dinero no debe acompañar al mercado, debe ser su expresión más pura. Y la inflación no se derrota con fórmulas, sino devolviendo al dinero su carácter originario, el de un bien elegido libremente por los individuos en el intercambio.
Toda expansión crediticia termina destruyendo el mismo sistema que pretende salvar.



