Trump sufre del síndrome de trastorno libertario
Crítica a Donald Trump: intervencionismo, proteccionismo y traición al libre mercado
¿Qué es el “síndrome de trastorno libertario”?
Desde la tradición libertaria más ortodoxa, la que defiende la libertad individual como principio rector del orden social y económico, no podemos pasar por alto una extraña patología política que se manifiesta con fuerza en muchos dirigentes autodenominados conservadores: el síndrome de trastorno libertario. Esta expresión, con tintes irónicos pero profundamente diagnósticos, describe la reacción alérgica que algunos líderes políticos experimentan al enfrentarse con los principios libertarios coherentes.
En el caso de Donald Trump, este síndrome se expresa con claridad: una incapacidad de tolerar que dentro de su propio movimiento existan voces que prioricen la consistencia doctrinal por encima de la conveniencia política. La crítica no es porque Trump no sea libertario (nunca lo ha sido), sino porque ataca activamente a quienes sí lo son, como si de enemigos internos se tratara.
Para quienes seguimos la tradición de Mises, Rothbard o Huerta de Soto, no hay mayor enemigo de la libertad que aquel que, desde dentro, se disfraza de defensor del libre mercado mientras expande el Estado y subvierte los principios básicos de la acción humana libre.
Trump y su incompatibilidad con los principios libertarios
Es indispensable recordar que un verdadero libertario cree en la propiedad privada inviolable, el mercado libre sin interferencias, la moneda sana no manipulada por bancos centrales, y el rechazo absoluto al intervencionismo económico y político. En todos estos frentes, la gestión de Trump no solo fue contradictoria, sino abiertamente hostil.
Durante su mandato anterior, Trump impulsó políticas de gasto público masivo, aumentando déficits fiscales incluso en tiempos de bonanza económica. A diferencia del keynesiano típico, Trump vendía estas políticas como medidas nacionalistas y necesarias. Pero para cualquier economista serio de la escuela austríaca de economía , esto es un disfraz de estatismo peligroso, financiado con deuda, inflación y promesas de grandeza sin fundamento económico.
Sus guerras comerciales son otro ejemplo paradigmático: los aranceles impuestos a China, Europa y México son agresiones directas al principio del comercio libre y voluntario. Pretender proteger a la industria nacional castigando a los consumidores con precios más altos y a los productores eficientes del extranjero es una violación del orden espontáneo del mercado.
Desde el pensamiento de Huerta de Soto, estos actos son una manifestación del “error fatal del intervencionismo”, una trampa en la que el político cae al creer que puede sustituir los resultados del mercado por sus propios criterios arbitrarios. Trump no es una excepción: es el ejemplo por excelencia.
Ejemplos claros del síndrome: ataques a Rand Paul y Thomas Massie
Pocas veces se ha visto con tanta claridad este trastorno como en los ataques de Trump a dos de los pocos políticos que mantienen un compromiso consistente con el ideario libertario: Thomas Massie y Rand Paul.
Massie, al oponerse al gigantesco paquete de estímulos de 2020 —el CARES Act—, simplemente actuó con coherencia. Lo que para cualquier liberal clásico habría sido un ejemplo de virtud política (resistirse al saqueo masivo disfrazado de rescate económico), para Trump fue una traición imperdonable. Lo calificó de “desastre”, pidió su expulsión y lo presentó como obstáculo para el progreso.
Rand Paul, aunque más pragmático, también ha sido blanco de críticas por oponerse a ciertas medidas de gasto, vigilancia masiva y expansión militar. La reacción de Trump, en lugar de abrir un debate, fue descalificar y atacar, demostrando que la disidencia ideológica no tiene cabida en su modelo de poder.
Aquí es donde el síndrome se vuelve evidente: la respuesta emocional, agresiva y visceral ante cualquier expresión de consistencia libertaria.
¿Y la economía? Un análisis desde la Escuela Austríaca
Desde la perspectiva de la Escuela Austríaca, la política económica de Trump es un festival de errores: déficits crecientes, manipulación monetaria, proteccionismo comercial y fomento del gasto como motor de crecimiento.
Bajo su mandato, el gasto federal aumentó a niveles récord, incluso antes de la pandemia. No hubo voluntad de reducir programas sociales, ni de desmantelar estructuras burocráticas. Por el contrario, todo se mantuvo —y en muchos casos se expandió— bajo el pretexto de “hacer América grande otra vez”.
Esto contrasta frontalmente con los principios defendidos por Mises y Hayek: la economía no se construye a golpe de gasto y estímulo, sino permitiendo que el orden espontáneo del mercado actúe sin coerciones. Trump, presionando abiertamente a la Reserva Federal para bajar tipos de interés, participó activamente en una manipulación monetaria típica de estados inflacionistas, una práctica que Huerta de Soto ha denunciado con claridad como fuente de ciclos económicos destructivos. (Lean Dinero, crédito bancario y ciclos económicos de Jesús Huerta de Soto)
La herencia económica que dejó no es de libertad, sino de dependencia estatal, deuda monetizada y caos fiscal. A eso llamamos nosotros pan para hoy y crisis para mañana.
Opinión sobre la hostilidad de Trump hacia el libre mercado
Desde el pensamiento libertario, la figura de Trump ha sido siempre ambigua. Muchos simpatizantes de la libertad individual lo apoyaron por su retórica antisistema, su oposición a Hillary Clinton o su crítica a la élite globalista. Sin embargo, con el paso del tiempo se hizo evidente que su proyecto no incluía una agenda de reducción del Estado, sino una redistribución del poder hacia otros actores.
Los ataques a figuras como Massie y Paul lo confirman: Trump no quiere competencia ideológica, ni siquiera dentro del mismo campo conservador. La libertad le resulta incómoda cuando desafía sus impulsos ejecutivos.
En lugar de abrazar la crítica constructiva, la reprime con desprecio, lo cual refuerza el diagnóstico: sufre de una forma de trastorno que no tolera la existencia de libertarios consistentes cerca del poder.
Desde mi punto de vista, esto no es nuevo: el estatismo, incluso con traje conservador, siempre termina atacando al liberalismo verdadero, porque este representa una amenaza para el control político centralizado.
¿Es justa la etiqueta “trastorno libertario”?
Quienes critican la etiqueta argumentan que Trump nunca prometió ser libertario, que sus políticas eran nacionalistas, y que sus acciones reflejan pragmatismo, no ideología. Es cierto. Pero el problema no es lo que Trump cree, sino cómo reacciona cuando alguien cercano a él actúa con coherencia liberal.
Cuando un político castiga más duramente al libertario que al socialista, al fiscalmente responsable que al derrochador, al partidario del orden espontáneo que al planificador central, no estamos frente a un simple desacuerdo, sino frente a una forma de hostilidad ideológica.
Por tanto, la etiqueta “síndrome de trastorno libertario” es no solo válida, sino necesaria para describir un fenómeno político que amenaza la supervivencia de la coherencia liberal dentro del espacio político conservador.
El futuro del libertarismo frente al populismo estatista
Desde una óptica libertaria radical, como la que defendemos quienes seguimos la línea de JHS, el caso de Trump representa una advertencia: el populismo de derechas no es amigo del liberalismo. Puede compartir enemigos, puede usar un lenguaje similar, pero cuando llega el momento de aplicar principios, muestra su verdadero rostro: estatismo con otra bandera.
El libertarismo no puede seguir subordinado a coaliciones que lo usan como ornamento. Debe recuperar su independencia doctrinal y su capacidad de crítica. El pensamiento liberal clásico, el de la Escuela Austríaca, no puede quedar reducido a notas a pie de página en discursos populistas.
Necesitamos a más personas como Juan Ramon Rallo y menos gente como Daniel Lacalle.
Hoy más que nunca, es momento de decirlo sin ambigüedad: Trump sufre del síndrome de trastorno libertario, y mientras no se reconozca este hecho, los verdaderos defensores de la libertad seguirán siendo los primeros en ser perseguidos por quienes, irónicamente, dicen luchar contra el sistema.