Por qué Philipp Bagus se equivoca sobre el peso argentino y el cierre del Banco Central
Eliminar el Banco Central habría estabilizado el peso argentino, una refutación a la tesis de Bagus sobre el peso argentino y el cierre del Banco Central.
Philipp Bagus comete un error conceptual grave al aplicar la teoría del Kreditgeld de Mises al caso argentino. Su razonamiento, aunque ordenado en la forma, confunde la lógica praxeológica con el miedo keynesiano al caos.
Lo que presenta como un análisis austríaco es, en el fondo, una defensa implícita del statu quo inflacionario: la idea de que cerrar la máquina de falsificación destruiría la confianza en la moneda. Es una tesis que suena prudente, pero que ignora los fundamentos lógicos del dinero y la dinámica real de la demanda monetaria en un contexto de inflación terminal.
Si quieren leer el artículo de Bagus este es el enlace: Kreditgeld, Pesos, Dollars und Argentinien.
El error de origen: confundir crédito con confianza
Bagus sostiene que el peso argentino funcionaba como Kreditgeld, una forma de dinero cuyo valor se mantiene por la expectativa de futura convertibilidad, en este caso, al dólar. Según su lectura, si Milei hubiera cerrado el Banco Central, esa expectativa habría desaparecido, transformando al peso en simple Fiatgeld, destruyendo así su demanda.
La falacia es doble. Primero, porque el peso argentino nunca fue Kreditgeld en el sentido misesiano. No existe desde hace décadas expectativa alguna de convertibilidad. El peso es una unidad fiduciaria impuesta por ley, no un medio que conserve valor por promesa de redención futura. En Argentina, nadie conserva pesos esperando que algún día vuelvan a ser intercambiables por oro o dólares; los conserva por coacción fiscal, por falta de alternativas de pago y por su función residual en el cálculo contable.
Segundo, Bagus confunde la demanda de dinero con la confianza en el emisor. La gente demanda dinero por su utilidad en el intercambio, no por fidelidad institucional. Mientras el Estado argentino exigiera el pago de impuestos en pesos, la demanda mínima de pesos persistiría, aun sin Banco Central. No habría “colapso de confianza” sino una reconfiguración espontánea de la circulación: pesos limitados, sin nueva emisión, con valor creciente.
Qué pasaría realmente al cerrar el BCRA
Bagus describe un escenario de pánico: caída de la demanda de pesos, hiperinflación, colapso bancario y desintegración social. Es un relato posible, pero no lógico. Desde una perspectiva praxeológica, si el gobierno eliminara la posibilidad de expansión monetaria y declarara la aceptación de pesos para tributos, ocurriría lo contrario: un aumento inmediato del poder adquisitivo.
Con una cantidad fija de pesos en circulación, la economía ajustaría precios hacia abajo. La moneda se apreciaría, no se devaluaría. Los agentes económicos que hoy huyen del peso por miedo a la inflación empezarían a conservarlo, sabiendo que su oferta es inelástica. La simple eliminación de la expectativa inflacionaria revertiría la fuga.
La historia monetaria lo confirma. En cada episodio donde se congeló la base monetaria o se reinstauró la disciplina metálica, la moneda se estabilizó. No es la ausencia del banco central lo que causa el pánico, sino su existencia y su poder de inflar.
Bagus advierte que el cierre del Banco Central habría dejado impagas las obligaciones del BCRA con los bancos comerciales, destruyendo sus balances. Pero este argumento es contable, no económico. Si los pasivos del BCRA (Leliqs, pases) quedaran congelados, su valor real dependería de la confianza en la nueva regla monetaria. En un esquema de oferta fija de pesos, el activo más escaso sería la propia liquidez, y los bancos ajustarían sus posiciones mediante conversión, quitas y capitalización, como sucede en toda transición monetaria.
Más importante aún: el argumento de Bagus parte del supuesto de que la estructura bancaria actual merece ser salvada. No la merece. Un sistema basado en reservas fraccionarias y en el privilegio de redescuento es insostenible sin expansión fiduciaria. Si cerrar el BCRA implica liquidar un sistema corrompido por el crédito artificial, tanto mejor. El orden espontáneo del mercado monetario reemplazaría el privilegio estatal.
La convertibilidad mal entendida
Bagus imagina que, al desaparecer el BCRA, el peso perdería valor por dejar de ser “convertible” en dólares. Pero el peso no es convertible hoy. La diferencia entre el blue y el oficial lo demuestra: el peso ya flota como una ficha de casino, sujeta al capricho del emisor. Lo único que mantiene su uso es la obligación legal de pagar impuestos y la inercia institucional.
Cerrar el Banco Central no destruiría una convertibilidad inexistente; destruiría la ilusión de que la hay. La eliminación del emisor forzaría a la moneda a recuperar su anclaje en el mercado: una oferta finita, sostenida por la necesidad de transacción. La estabilidad no surge de la promesa estatal sino de la imposibilidad de falsificar unidades monetarias.
El argumento político: el miedo al vacío
Bagus concluye que cerrar el BCRA habría provocado “caos, pánico y social unrest”. Esta es la típica objeción de la escuela del miedo. No se basa en análisis teórico sino en intuición política: la idea de que la sociedad no soporta la libertad monetaria. Pero la experiencia argentina muestra lo contrario. El verdadero caos lo genera la inflación planificada, no la disciplina.
Cuando el peso dejó de ser convertible en 2002, no fue el mercado quien lo destruyó, sino el gobierno quien lo confiscó. Si Milei hubiera cerrado el BCRA, la oferta de dinero habría quedado congelada, y el propio Estado, al aceptar pesos para impuestos, habría sostenido su demanda. No hay escenario hiperinflacionario posible cuando no se imprime. La hiperinflación es la huida del dinero cuya oferta crece, no del que desaparece.
La lección de Mises y Hoppe
Mises explicó que el dinero es un bien presente demandado por su poder adquisitivo esperado. Hoppe profundizó esa lógica: la demanda de dinero depende de la previsibilidad institucional. Un Estado que renuncia al poder de falsificar genera confianza, no pánico.
Bagus, en cambio, invierte la causalidad: cree que la confianza depende de la existencia del falsificador. Es una contradicción lógica. Una institución cuya función es degradar el valor de la moneda no puede ser fuente de estabilidad. Si Argentina hubiera cerrado el BCRA y limitado su política fiscal, el peso habría pasado de ser un pseudo-fiat inestable a una moneda casi dura. La demanda se habría estabilizado y el tipo de cambio se habría fortalecido por escasez.
La paradoja del orden
El error central de Bagus es creer que el orden monetario necesita un agente que lo produzca. Pero como enseña la praxeología, el orden surge de las acciones coordinadas de individuos que buscan estabilidad para comerciar. Un dinero cuyo volumen no puede expandirse arbitrariamente tiende al equilibrio por sí mismo.
La desaparición del Banco Central argentino no habría destruido la economía; la habría liberado de su enfermedad crónica. Sin emisión, no hay inflación. Sin inflación, no hay fuga. Y sin fuga, el peso habría dejado de ser un símbolo de la mentira estatal para convertirse, quizá por primera vez en un siglo, en un signo de confianza real.
Bagus teme el vacío institucional. Pero en economía, el vacío del poder es la condición del orden. El mercado no necesita salvadores. Solo necesita que dejen de destruirlo.



