La lógica inexorable de la terapia de shock
Por qué solo el colapso absoluto genera las condiciones necesarias para una liberalización económica auténtica y sostenible.
La evolución de los procesos de liberalización económica no obedece, por lo general, a un camino progresivo, ordenado o racionalmente planificado dentro de un contexto de estabilidad institucional. Por el contrario, el análisis riguroso de los episodios más relevantes de la historia económica reciente demuestra una constante teórica y empírica que ningún analista serio debería ignorar: las reformas estructurales verdaderamente eficaces en la dirección de una economía de mercado sólo han sido implementadas bajo condiciones de colapso sistémico o crisis terminal.
El caso paradigmático es la Alemania de posguerra. La nación germana, completamente devastada tras el desenlace de la Segunda Guerra Mundial, ofrecía un escenario de absoluta escasez generalizada, destrucción del aparato productivo y dislocación total de los mecanismos de coordinación económica. A este contexto se sumó, como suele ocurrir, el empeoramiento institucional producto de las políticas intervencionistas impuestas por las potencias ocupantes: controles de precios, racionamiento, intervencionismo administrativo y una planificación centralizada de los flujos de bienes básicos.
En este marco de colapso, la solución no vino de un diseño racional desde los órganos de ocupación, sino de una feliz y casi fortuita conjunción de circunstancias políticas y personales. Konrad Adenauer, político demócrata-cristiano recién nombrado canciller, delegó la política económica en Ludwig Erhard, un académico sólidamente formado en teoría económica, discípulo directo de Wilhelm Röpke y de la Escuela Austriaca de Economía, particularmente influenciado por los trabajos de Ludwig von Mises.
Erhard, consciente de la insostenibilidad del modelo intervencionista, promovió una reforma que, desde el punto de vista de la teoría del proceso de mercado, constituye un ejemplo puro de "terapia de shock". El lunes 20 de junio de 1948, mediante un decreto de una sola disposición sustantiva, se procedió a la abolición total de los controles de precios, de las cartillas de racionamiento y de cualquier tipo de restricción administrativa a la formación de precios y a la asignación de recursos. La eliminación simultánea e inmediata de todas las trabas al funcionamiento del mercado fue, en términos técnicos, una decisión de coherencia teórica absoluta.
La reacción de las autoridades de ocupación aliadas fue, como era previsible, de absoluto rechazo. Los generales norteamericanos y británicos, formados en una visión keynesiana y planificadora de la economía, consideraron aquella medida como una temeridad que pondría en peligro la estabilidad social. Sin embargo, el desenlace fue exactamente el contrario. En cuestión de horas, los mercados espontáneos surgieron en todos los rincones del país, los bienes que habían permanecido ocultos bajo el régimen de control aparecieron de forma masiva y la economía alemana inició un proceso de recuperación que más tarde sería bautizado como el Wirtschaftswunder o milagro económico alemán.
Este patrón histórico no es una excepción aislada. El Reino Unido de los años setenta ofrece un segundo ejemplo empírico de la misma lógica. Después de décadas de socialismo económico, con una tasa de sindicalización asfixiante y un aparato estatal hipertrofiado, la economía británica alcanzó niveles de deterioro propios de un país subdesarrollado. La productividad industrial colapsó, la inflación se desbordó y la renta per cápita británica cayó por debajo de la italiana, dato que revela la magnitud del declive.
Solo en ese contexto de emergencia fue posible que Margaret Thatcher accediera al poder con un programa de reformas orientado a la desregulación de los mercados, la flexibilización laboral y la liberalización de los precios. La estrategia de Thatcher, además, incorporó un enfoque táctico que muestra un grado elevado de previsión económica: acumuló reservas estratégicas de carbón antes de enfrentarse al poder sindical, consciente de que el chantaje energético sería utilizado como arma de bloqueo.
El denominador común de estos procesos es la siguiente ley empírica de la reforma económica: cuanto mayor es el grado de deterioro económico e institucional, mayor es la probabilidad de que la sociedad acepte medidas de carácter radical orientadas hacia el mercado. La teoría del proceso de mercado, desarrollada por Mises y Hayek, explica este fenómeno bajo la lógica de los incentivos y de la estructura de preferencias: solo cuando el coste percibido de mantener el statu quo se vuelve insostenible, la sociedad está dispuesta a asumir el coste de transición hacia un nuevo orden institucional.
En definitiva, la experiencia histórica nos proporciona evidencia suficiente para afirmar que las reformas económicas exitosas no nacen de la voluntad política ilustrada ni de consensos gradualistas, sino de la imposición de la lógica económica frente a la quiebra total del sistema anterior. El intervencionismo, al igual que cualquier droga, sólo encuentra su límite natural cuando el cuerpo social colapsa por sobredosis.