La Falacia Democrática: Una Crítica Praxeológica al Sistema de Gobierno Mayoritario
Una Deconstrucción Praxeológica del Mito Mayoritario desde la Perspectiva de la Escuela Austriaca
"El Gobierno es un intermediario en el saqueo y cada elección es una suerte de subasta anticipada de bienes robados." —H. L. Mencken
Se vuelve importante poner a examen crítico a la democracia. Este sistema, elevado al rango de una religión secular, merece un análisis riguroso desde los fundamentos de la ciencia económica austriaca y la filosofía política. Lejos de constituir el summum de la organización social, la democracia representa una modalidad particular de socialismo que pervierte los principios básicos del orden natural espontáneo.
La Democracia como Sistema de Asignación de Recursos
Todo sistema de gobierno constituye, en esencia, un mecanismo de asignación de los recursos escasos necesarios para la supervivencia y el florecimiento humano. El capitalismo genuino -no el capitalismo de Estado que erróneamente se le atribuye- defiende que tales recursos se deben asignar conforme a las normas de apropiación original lockiana y la transferencia voluntaria de títulos de propiedad. El socialismo, por el contrario, propugna la planificación central por parte de una autoridad gubernamental que pretende distribuir según las necesidades de cada individuo, asumiendo capacidades de cálculo económico que, como demostró Ludwig von Mises, resultan imposibles en ausencia de precios de mercado.
La democracia, lejos de constituir una tercera vía, no es sino una variante del socialismo: la distribución de recursos escasos según la supuesta voluntad de la mayoría. Este sistema implica que la asignación de bienes y servicios no se determina por la acción humana individual expresada mediante el intercambio voluntario, sino por el resultado agregado de un proceso de votación que, por su propia naturaleza, carece de la información dispersa que únicamente el sistema de precios puede transmitir.
La Ausencia de Justificación Ética
Desde una perspectiva ética robusta, la democracia carece de justificación moral alguna. Ningún principio de la filosofía del derecho natural puede explicar por qué el resultado mayoritario de una votación debería prevalecer sobre derechos de propiedad previamente adquiridos de manera legítima. Sin embargo, este atropello constituye la esencia misma del sistema democrático.
Bajo el régimen democrático, la propiedad privada genuina deja de existir, siendo sustituida por una suerte de propiedad fiduciaria. Los individuos mantienen el uso y disfrute de sus bienes únicamente en la medida en que la mayoría -entendida como el agregado imperfecto de valoraciones transmitidas a través de elecciones y referéndums- así lo permita. Este derecho puede ser revocado en cualquier momento mediante el simple expediente del voto mayoritario.
Un sistema de distribución de esta naturaleza únicamente resultaría admisible si todos sus participantes lo hubieran aceptado mediante consentimiento explícito. Tal consentimiento no existe. No hay contrato explícito alguno -nadie ha firmado documento que lo vincule al sistema democrático. Tampoco se puede hablar de contrato implícito por el mero hecho de vivir en un territorio determinado, ya que la residencia no implica consentimiento a ser gobernado. Menos aún se puede invocar un hipotético contrato social, pues si tal contrato fuera necesario, nada impediría hacerlo explícito mediante un simple procedimiento administrativo -por ejemplo, incluyendo en la declaración de Ganancias la opción de renunciar a los servicios estatales y a la obligación tributaria correspondiente.
La ausencia de tal mecanismo revela la verdadera naturaleza del sistema: nadie en su sano juicio firmaría un contrato que lo despojara de todos sus derechos y los convirtiera en dependientes del capricho mayoritario. Un trabajador puede encontrarse trabajando por cien dólares mensuales y, al día siguiente, verse impedido de ofrecer sus servicios porque la mayoría decidió prohibir el trabajo por debajo de doscientos dólares , condenándolo así al desempleo forzoso por decreto democrático.
La Democracia como Religión Secular
Pocas instituciones públicas gozan de la veneración que se le profesa a la democracia, hasta el punto de rivalizar con las religiones tradicionales en su capacidad de generar fervor acrítico. Esta sacralización no es casual, sino que responde a la extraordinaria capacidad legitimadora del discurso democrático, de la cual se aprovechan sistemáticamente las élites que Franz Oppenheimer denominó la clase política: políticos profesionales, periodistas de medios subsidiados y plutócratas que financian sus existencias mediante lo que el mismo Oppenheimer llamó "medios políticos" en contraposición a los "medios económicos".
La genialidad del sistema está en hacernos creer que todos participamos en la democracia, cuando en realidad existen dos clases claramente diferenciadas: los opresores, que financian sus vidas mediante la extracción política de riqueza ajena, y los oprimidos, que se sustentan exclusivamente mediante medios económicos productivos y sufren el saqueo sistemático de los primeros.
Esta desigualdad intrínseca ante la ley permite a ciertos individuos realizar impunemente acciones que, de ser cometidas por particulares, constituirían delitos tipificados. Una de las mayores hazañas del sistema democrático ha consistido en difuminar las líneas entre ambos grupos, distribuyendo migajas del botín entre amplios sectores de la población para generar en ellos un agradecimiento al sistema. Estos beneficiarios menores resultan incapaces de comprender que cualquier bien que el Estado redistribuye ha tenido que ser previamente afanado, y en mayor medida, pues en el trayecto desde el bolsillo del generador de riqueza hasta el del receptor final, una legión de funcionarios y políticos se tiene que llevar su correspondiente parte.
La Incoherencia Lógica del Principio Democrático y la Imposibilidad Ética de Hoppe
El análisis lógico revela la absurdidad inherente del principio democrático. Difícilmente aceptaríamos que dos tipos caguen a palos y roben a un tercero por el simple hecho de haberlo sometido a votación y obtenido dos votos favorables contra uno contrario. Sin embargo, algo análogo ocurre en la democracia a gran escala.
Hans-Hermann Hoppe desarrolló el argumento más sofisticado contra la democracia desde la ética argumentativa. Según Hoppe, cualquiera que participe en un argumento debe presuponer ciertos derechos de propiedad -al menos sobre su propio cuerpo- para poder argumentar. Si alguien defiende la democracia, está defendiendo que la mayoría puede violar estos derechos presupuestos en la argumentación misma. Esto constituye una contradicción performativa: el defensor de la democracia debe asumir derechos de propiedad absolutos para argumentar, pero defiende un sistema que niega esos mismos derechos. Por tanto, la democracia resulta éticamente imposible de justificar mediante argumentación racional.
La diferencia numérica no puede alterar la naturaleza moral de la acción. Si cien mil personas votan expropiar a una, la acción no adquiere legitimidad moral por la mera magnitud del respaldo. Paradójicamente, si estos cien mil están organizados en un solo partido, el sistema se considera unipartidista y autoritario, pero si se dividen en dos agrupaciones, la misma decisión se vuelve completamente legítima. ¿Cómo puede la diferencia entre una y dos opciones en la boleta legitimar completamente un sistema de gobierno?
Más aún, si aceptamos el principio democrático como fundamento válido, nos enfrentamos a contradicciones que no tienen solución. Primera, el principio debe aceptar su propia negación, pues si todo se debe decidir democráticamente, también se debe poder decidir democráticamente la abolición de la democracia, lo cual invalida al principio como fundamento estable. Segunda, si el principio democrático es correcto y toda decisión mayoritaria es superior, deberíamos someter todas las cuestiones a votación mayoritaria global, estableciendo un gobierno mundial, pues cualquier división territorial resultaría arbitraria. Tercera, si aceptamos divisiones arbitrarias, tenemos que aceptar también la secesión indefinida hasta llegar al individuo -la minoría más chica-, lo cual disuelve el propio sistema.
Las Consecuencias Destructivas del Sistema Democrático
La Selección Adversa en el Liderazgo y la Superioridad Relativa de la Monarquía
Como señaló F.A. Hayek, los peores tienden a llegar al poder porque están más dispuestos a hacer cualquier cosa para obtenerlo. Una vez investidos con el monopolio de la fuerza, estos líderes pueden iniciar guerras al pedo como proyectos de vanidad personal, justificar aumentos de impuestos o pavonearse ante otros dirigentes mundiales, todo ello sin asumir riesgo personal alguno.
Hoppe desarrolló esta crítica con mayor precisión analítica. El político democrático actúa como un administrador temporal de bienes y personas ajenas, sin incentivos para preservarlos y con todos los estímulos para aprovecharse de ellos durante su mandato limitado. Su orientación hacia el futuro está distorsionada por la brevedad de su cargo: maximiza los beneficios inmediatos sin considerar las consecuencias de largo plazo.
En contraste, el monarca tradicional, como propietario del territorio, tiene incentivos para preservar y aumentar el valor de su propiedad para transmitirla a sus herederos. Esto genera una preferencia temporal más baja: el rey cuida el capital porque es suyo y de su dinastía. El político democrático, en cambio, tiene alta preferencia temporal: debe extraer todo lo posible durante su breve administración.
Por paradójico que resulte, Hoppe demuestra que históricamente las monarquías fueron superiores a las democracias en términos de carga fiscal, respeto a la propiedad privada y estabilidad institucional. La transición de la monarquía a la democracia representó una tragedia: se pasó del gobierno de una persona que al menos era dueña del país al gobierno de caretakers temporales que lo administran sin asumir las consecuencias de sus decisiones.
La Incivilización Progresiva y el Problema de la Inmigración en Estados de Bienestar
Las democracias tienden inexorablemente a expandirse, abarcando parcelas cada vez más grandes de nuestras vidas. En cada elección hay más en juego -de ahí que cada comicio sea presentado como "la elección de nuestras vidas"-. Esta expansión genera un proceso de polarización social constante, pues un gobierno puede hacer que un miembro productivo de la sociedad pierda mucho y que uno improductivo gane considerablemente.
Al mantenerse cierta producción privada, emergen desigualdades que el sistema intenta corregir mediante impuestos crecientes, lo cual reduce los incentivos a la inversión y aumenta la preferencia temporal de los individuos. Consecuentemente, más gente recurre a la política como medio de vida, convirtiéndose en dependientes de la redistribución estatal.
Hoppe identifica un problema particular en las democracias modernas: la combinación de inmigración libre con estados de bienestar democráticos. Cuando el acceso a los recursos públicos se determina por mayoría, y simultáneamente se permite la entrada irrestricta de nuevos votantes, se genera un incentivo perverso. Los recién llegados, especialmente aquellos con menores ingresos, tienden a votar por la expansión de los programas redistributivos que serán financiados por los contribuyentes ya establecidos.
Este proceso acelera la transformación de la sociedad hacia el socialismo democrático. A diferencia de la inmigración en una sociedad de propiedad privada -donde cada propietario decide individualmente a quién admitir en su territorio-, la inmigración hacia bienes públicos democratizados crea una externalidad negativa sobre los contribuyentes existentes que no pueden evitar financiar los servicios utilizados por los recién llegados.
La solución no radica en el control estatal de la inmigración -que simplemente reemplaza un problema de planificación central con otro-, sino en la privatización completa del territorio, donde cada propietario ejercería naturalmente el control de acceso que corresponde a su derecho de propiedad.
La Vulnerabilidad ante Prejuicios y Populismo
La democracia resulta especialmente vulnerable a prejuicios y populismo. El costo individual de mantener prejuicios es marginalmente cero, dada la probabilidad insignificante de que un voto individual determine el resultado electoral. Mientras que en el mercado se penaliza económicamente el comportamiento irracional, en la democracia no existe tal mecanismo corrector.
El populismo resulta intrínseco a cualquier sistema democrático: para alcanzar el poder es necesario ser elegido, y este objetivo se convierte en el fin principal de todo político profesional, por encima del cumplimiento de promesas programáticas.
La Democracia como Bien Privado y Mal Público
Existe poco incentivo para informarse como corresponde, dado que un voto individual no tiene prácticamente importancia. Muchos ciudadanos van a preferir la satisfacción emocional de votar por una opción que consideran moralmente superior antes que el bienestar material que podrían obtener por otros medios. Si alguien invierte mil dólares en un celular que va a durar dos años, ¿por qué no habría de "invertir" quinientos dólares en el sentimiento -que va a durar cuatro años- de haber votado correctamente y poder proclamarlo en cada oportunidad?
Los perjudicados por la democracia somos todos, pero no lo suficiente como para justificar el costo de informarnos correctamente. Los beneficiados, en cambio, obtienen ganancias extraordinarias, por lo que tienen incentivos poderosos para chamuyarnos y obtener así nuestros votos. Adicionalmente, en una democracia, los sectores menos productivos van a votar sistemáticamente a favor de redistribuir la riqueza generada por los más productivos, castigando así la productividad y reduciendo la riqueza total disponible.
La Democracia como Herramienta del Socialismo Democrático
Votar implica un ejercicio de planificación central en miniatura: el ciudadano se sienta ante la mesa electoral e imagina cómo se debería organizar todo el Estado bajo su partido preferido. Este acto presupone que tiene la capacidad de planificar centralmente un país entero y que sabe lo suficiente sobre las múltiples áreas de las que se ocupa el gobierno como para decidir quién debe ejercer esas funciones.
La Superioridad del Orden Natural y las Comunidades Privadas
La alternativa a la democracia no es el fascismo o el comunismo -sistemas que no representan sino variaciones en el grado de concentración del poder democrático, desde el partido único hasta el multipartidismo-. La alternativa genuina es la libertad individual y el orden natural espontáneo del mercado.
Hoppe propone un sistema de "orden natural" basado en comunidades completamente privadas. En este sistema, toda la tierra sería de propiedad privada, y los propietarios tendrían derecho absoluto a determinar quién puede residir en sus territorios y bajo qué condiciones. Estas comunidades privadas podrían establecer sus propias reglas mediante contratos voluntarios, y quienes no las acepten simplemente no serían admitidos o serían excluidos físicamente.
Este sistema eliminaría la "tragedia de los comunes" que caracteriza a las democracias. Cuando todo es propiedad privada, los dueños tienen incentivos para maximizar el valor de sus propiedades manteniendo altos estándares. Las comunidades privadas competirían entre sí por atraer a los mejores residentes, generando un proceso de selección natural que premiaría la eficiencia, la seguridad y la calidad de vida.
¿Por qué habríamos de aceptar la obligación de votar por representantes en cámaras legislativas o, peor aún en el caso argentino, por partidos enteros? ¿Por qué no podemos contratar individualmente a quien queremos que nos represente, como hacemos en cualquier otro ámbito de nuestras vidas? ¿Por qué tenemos que ser representados en absoluto?
Las decisiones de mercado no se toman por mayoría, lo cual permite la coexistencia de múltiples soluciones. Ford no le pregunta a sus trabajadores qué auto debería fabricar para producir uno solo, ni Apple decide la ubicación de sus tiendas mediante encuestas a la población mundial. De proceder así, ambas empresas perderían participación de mercado.
Un estudio demográfico podría sugerir que a Apple le resultaría más rentable abrir todas sus tiendas en China e India durante los próximos años. Pero al no seguir un proceso democrático, la empresa puede satisfacer también las necesidades de clientes minoritarios, como los residentes de Basilea. Las democracias borran sistemáticamente a las minorías y sus preferencias, mientras que el mercado puede tenerlas en cuenta y satisfacerlas.
El Oscurantismo Democrático
Los Estados no quieren una población educada y capaz de rebelarse contra el sistema de extracción. Los empresarios prebendarios también prefieren ciudadanos poco educados, incapaces de cuestionar su propaganda mediática. Los plutócratas utilizan medios de comunicación como el Washington Post, el grupo PRISA, o las cadenas televisivas como instrumentos de propaganda para administrar a los ciudadanos las "pastillas azules" que los mantienen en la ignorancia del sistema.
Contra esta manipulación sistemática existen las "pastillas rojas" -en alusión a la película Matrix- dispensadas por pensadores como Curtis Yarvin (Mencius Moldbug), quien nos recuerda verdades fundamentales: que el bienestar de las llamadas democracias liberales puede no derivar de la democracia sino del imperio de la ley; que la democracia, lejos de resultar inseparable de la libertad, se encuentra peleada con ella; que el Estado no es sino una gran corporación que vela por sus propios intereses, no necesariamente alineados con los de los ciudadanos; que el Estado verdadero incluye todos aquellos cuyos intereses están alineados con él -observatorios, fundaciones, universidades y medios de comunicación-; y que los burócratas tienen más poder del que percibimos, prevaleciendo sistemáticamente sobre los políticos en cualquier disputa.
El Imperativo del Rechazo
La democracia mata, legitima la extracción estatal, pervierte a los ciudadanos, nos enfrenta unos contra otros y nos saquea sistemáticamente en nombre de un concepto -la voluntad mayoritaria- que carece de existencia ontológica. Por su naturaleza proteica e incierta, nos impide ser genuinamente libres.
Puede que la democracia no constituya el peor de todos los sistemas políticos posibles -me abstengo de realizar comparaciones interpersonales de valor-, pero ciertamente se encuentra entre los más jodidos. El imperativo ético y la coherencia intelectual nos compelen a rechazar la democracia y, con ella, el aparato estatal que la sustenta y legitima.
Solo mediante el reconocimiento de estos hechos incómodos vamos a poder avanzar hacia formas genuinas de organización social basadas en la cooperación voluntaria, el respeto a la propiedad privada y la soberanía individual que caracteriza al orden natural espontáneo del mercado libre.



