Cerrar el Banco Central en Argentina: La Promesa de Milei que Divide al País
Analizamos la promesa de Milei, los avances del gobierno, las críticas de economistas y qué significaría esta transformación radical del sistema financiero argentino.
Desde que asumió la presidencia, Javier Milei reiteró en múltiples ocasiones su intención de eliminar el Banco Central de la República Argentina (BCRA). Esta propuesta, que formó parte central de su campaña electoral, sigue generando intensos debates entre especialistas, políticos y ciudadanos que se preguntan si realmente es posible concretar esta transformación radical del sistema financiero argentino.
En mi experiencia siguiendo la evolución de la política económica argentina, pocas veces una promesa de campaña había generado tanta expectativa y, al mismo tiempo, tanto escepticismo como ésta. La pregunta que todos se hacen es la misma: ¿se puede cerrar el Banco Central y qué implicaría para la economía del país?
¿Qué significa realmente cerrar el Banco Central?
La propuesta de eliminar el BCRA no implica simplemente cerrar las puertas de un edificio gubernamental. Se trata de una transformación estructural del sistema monetario y financiero que Argentina conoce desde hace décadas.
El Banco Central cumple actualmente funciones esenciales como la emisión de moneda, la regulación del sistema financiero, la administración de las reservas internacionales y la implementación de la política monetaria. Cerrar esta institución significaría replantear completamente cómo funciona el dinero en Argentina.
Según los fundamentos teóricos de la Escuela Austríaca de Economía, que inspiran el pensamiento del presidente Milei, los bancos centrales generan distorsiones económicas que terminan perjudicando a la población. La emisión monetaria descontrolada, el financiamiento del déficit fiscal y las políticas intervencionistas serían, según esta visión, las causas principales de los ciclos inflacionarios que aquejan al país.
Las condiciones que Milei estableció antes de concretar el cierre
Desde que asumió en diciembre de 2023, el presidente fue claro en establecer que el cierre del BCRA no sería inmediato. En reiteradas ocasiones explicó que primero era necesario “sanear” la institución.
¿Qué implica este saneamiento? Según el mandatario, se deben cumplir tres condiciones fundamentales:
Eliminar la emisión monetaria para financiar el gasto público. El gobierno logró avances significativos en este sentido al alcanzar un superávit fiscal sostenido durante 2024, algo inédito en la historia económica reciente argentina.
Reducir los pasivos remunerados del Banco Central. La administración Milei realizó una transferencia masiva de estos instrumentos de deuda (como las Leliqs y los pases pasivos) desde el BCRA hacia el Tesoro Nacional. Esta operación, concretada a mediados de 2024, representó un hito en el proceso de saneamiento.
Esterilizar la emisión monetaria resultante de la compra de dólares. Para evitar que la acumulación de reservas genere inflación, el gobierno implementó un mecanismo de venta de divisas en el mercado de Contado con Liquidación (CCL), retirando de circulación los pesos emitidos.
Cuando analicé estos movimientos durante el primer año de gestión, quedó claro que la estrategia oficial apunta a un cierre gradual, no abrupto. El proceso de dolarización endógena que promueve el gobierno busca que, con el tiempo, las transacciones en dólares superen ampliamente a las realizadas en pesos, reduciendo naturalmente la relevancia del BCRA.
El marco teórico detrás de la propuesta: la Escuela Austríaca
Para comprender por qué Milei insiste tanto en cerrar el Banco Central, es fundamental conocer las ideas de economistas como Ludwig von Mises, Friedrich Hayek, Murray Rothbard y especialmente Jesús Huerta de Soto, el catedrático español cuyas teorías sobre dinero y crédito bancario influyen directamente en el pensamiento presidencial.
Estos economistas sostienen que el sistema de banca con reserva fraccionaria (donde los bancos mantienen solo una fracción de los depósitos en caja y prestan el resto) genera una expansión artificial del crédito que no está respaldada por ahorro real. Esta “creación de dinero de la nada” provoca, según su análisis, ciclos económicos de auge y caída que terminan en crisis financieras.
Los bancos centrales surgieron históricamente como respuesta a estas crisis, actuando como prestamistas de última instancia y reguladores del sistema financiero. Sin embargo, para la Escuela Austríaca, esta solución genera más problemas que los que resuelve.
La emisión de moneda sin respaldo concreto permite a los gobiernos financiar déficits crecientes mediante el “impuesto inflacionario”, que erosiona silenciosamente el poder adquisitivo de los ciudadanos. En el caso argentino, esta dinámica se repitió durante décadas, generando inflación crónica y crisis recurrentes.
La alternativa propuesta: un sistema de banca libre
¿Qué vendría después de cerrar el Banco Central? La propuesta teórica contempla un sistema de banca libre donde distintos emisores de dinero compitan entre sí, disciplinados por el mercado y no por una autoridad central.
En este esquema, los bancos podrían emitir sus propios medios de pago, idealmente respaldados por activos reales como el oro o divisas extranjeras. Los consumidores elegirían libremente qué moneda utilizar según su confianza en cada emisor.
Las cámaras compensadoras privadas, en lugar de un banco central, se encargarían de regular el sistema mediante mecanismos de mercado. Estas instituciones certificarían la solvencia de los bancos y facilitarían la compensación de pagos, reduciendo riesgos sin necesidad de intervención estatal.
Históricamente, sistemas similares funcionaron en países como Escocia durante el siglo XIX, donde la competencia entre bancos emisores generó estabilidad sin una autoridad monetaria central. Este precedente suele citarse como ejemplo de que un sistema financiero puede autorregularse eficientemente.
El estado actual de la promesa: entre avances y dudas
A casi dos años de gobierno, la promesa de cerrar el Banco Central se encuentra en una zona gris que medios como chequeado califican como “en proceso, pero demorada”.
Los avances en el saneamiento del BCRA son innegables. El gobierno eliminó el déficit fiscal, transfirió los pasivos remunerados al Tesoro y redujo significativamente la emisión monetaria. Las reservas internacionales mostraron una recuperación gradual, aunque aún lejos de los niveles necesarios para garantizar estabilidad en un eventual proceso de transición.
Sin embargo, no existen todavía señales concretas de que el cierre se vaya a concretar en el corto plazo. La ausencia de un marco legal específico, la falta de consenso político y las complejidades técnicas de la transición generan escepticismo sobre la viabilidad práctica de la medida en estos tiempos.
Haciendo un análisis de las declaraciones oficiales, se observa que el discurso presidencial mantiene la promesa viva pero sin plazos definidos. La referencia constante a la necesidad de una “dolarización endógena” como paso previo sugiere que el gobierno busca crear las condiciones de mercado necesarias antes de avanzar con cambios institucionales drásticos.
Las voces críticas: por qué muchos economistas dudan
No todos los economistas comparten el entusiasmo por eliminar el Banco Central. Incluso dentro del campo liberal, existen posiciones divergentes sobre la conveniencia y el timing de esta medida.
Los detractores argumentan que Argentina necesita primero estabilizar su economía y recuperar la confianza de inversores y ciudadanos antes de embarcarse en una transformación institucional de semejante magnitud. Sostienen que el país aún enfrenta desafíos urgentes como la alta inflación (aunque descendente), la pobreza extendida y la necesidad de reactivar la producción.
Otras críticas apuntan a la experiencia internacional. Si bien existen ejemplos históricos de sistemas sin banco central, ninguna economía moderna de gran escala opera actualmente bajo ese esquema. La evidencia empírica sobre cómo funcionaría en el contexto actual es, por lo tanto, limitada.
Los economistas ortodoxos, formados en la tradición keynesiana o monetarista, consideran indispensable mantener una autoridad monetaria que pueda intervenir en momentos de crisis, regular el sistema financiero y evitar pánicos bancarios. Para ellos, eliminar el BCRA sería un experimento riesgoso con consecuencias impredecibles.
El caso argentino: un laboratorio único de políticas libertarias
Lo que hace particularmente interesante el debate sobre cerrar el Banco Central en Argentina es que, de concretarse, sería un caso sin precedentes en el mundo contemporáneo.
Ningún gobierno libertario había llegado al poder con un mandato popular claro y la disposición explícita de implementar reformas tan radicales. Argentina se convertiría en el “leading case” mundial de estas ideas económicas, un experimento observado atentamente por académicos, inversores y gobiernos de todo el planeta.
El historial económico argentino refuerza, en cierta medida, los argumentos a favor del cambio. El país acumuló déficit fiscal en 113 de los últimos 123 años, atravesó dos hiperinflaciones sin haber sufrido una guerra, y le quitó trece ceros a su moneda en las últimas décadas. Estas estadísticas alimentan la percepción de que el modelo tradicional fracasó repetidamente.
Cuando evalúo estos números, resulta difícil negar que algo profundo necesita cambiar en la relación entre el Estado argentino y la emisión monetaria. La pregunta es si la solución propuesta es la adecuada o si existen alternativas menos disruptivas.
Los riesgos de la transición: lo que pocos mencionan
Más allá del debate teórico, el proceso de cerrar el Banco Central implicaría desafíos prácticos enormes que rara vez se discuten en profundidad.
El problema de la deuda pública. Argentina mantiene compromisos de deuda en pesos que deberían renegociarse o convertirse a otra unidad de cuenta. Este proceso podría generar tensiones con acreedores y volatilidad en los mercados.
La transición del sistema de pagos. Millones de argentinos reciben salarios, jubilaciones y planes sociales en pesos a través del sistema bancario actual. Migrar estas operaciones a un nuevo esquema monetario requeriría una infraestructura tecnológica y legal compleja.
El impacto sobre los ahorristas. Los depósitos bancarios en pesos deberían convertirse a la nueva unidad monetaria. Las condiciones de esa conversión determinarían si se produce una redistribución masiva de riqueza y posibles corridas bancarias.
La regulación financiera. Incluso sin banco central, alguien debe supervisar que los bancos operen de manera solvente y proteger a los depositantes. Definir qué institución asumiría estas funciones es crucial para evitar crisis sistémicas.
La dolarización como paso intermedio
Una posibilidad cada vez más discutida es que Argentina no cierre formalmente el Banco Central, sino que lo vacíe de funciones progresivamente mediante una dolarización de facto.
En este escenario, el peso argentino conviviría con el dólar estadounidense, pero cada vez más transacciones se realizarían en la divisa extranjera. El BCRA mantendría funciones residuales de supervisión bancaria, pero perdería su rol como emisor relevante de dinero.
Este proceso de “dolarización endógena”, como lo denomina el gobierno, permitiría una transición más gradual y reversible si surgen problemas inesperados. Sin embargo, también implica renunciar definitivamente a la política monetaria como herramienta económica.
El debate sobre la soberanía monetaria
Un aspecto frecuentemente ignorado en el debate técnico es la dimensión política y simbólica de eliminar el banco central.
Para muchos argentinos, renunciar a tener una moneda nacional propia administrada por una autoridad local representa una pérdida de soberanía inaceptable. Esta percepción no necesariamente se basa en argumentos económicos, sino en consideraciones de identidad nacional y autodeterminación.
Los defensores de mantener el BCRA argumentan que, aunque la institución haya cometido errores históricos, la solución no es eliminarla sino reformarla. Proponen establecer una independencia genuina del poder político, similar a la que tienen bancos centrales en países desarrollados como Estados Unidos o la Eurozona.
La contrapropuesta libertaria sostiene que esta independencia es una ilusión. Mientras exista el monopolio de emisión en manos de una institución estatal, las presiones políticas para financiar gasto público mediante inflación siempre estarán presentes. La historia argentina, con sus múltiples violaciones a la autonomía del BCRA, reforzaría este argumento.
¿Qué pasa en otros países? La experiencia internacional
Si bien ninguna economía importante funciona actualmente sin banco central, existen algunos casos particulares que vale la pena analizar.
Panamá no tiene banco central ni moneda propia, utilizando el dólar estadounidense desde 1904. El país logró mantener estabilidad macroeconómica y bajas tasas de inflación sin una autoridad monetaria nacional. Sin embargo, su economía depende fuertemente de servicios internacionales y no es comparable en escala o estructura con Argentina.
Ecuador adoptó el dólar en 2000 tras una crisis financiera devastadora, eliminando su banco central como emisor de moneda. La dolarización ayudó a controlar la hiperinflación, pero el país perdió la capacidad de ajustar su política monetaria ante shocks económicos.
Liechtenstein y Mónaco utilizan monedas extranjeras (el franco suizo y el euro, respectivamente) sin tener bancos centrales propios. Nuevamente, se trata de economías pequeñas con características muy específicas.
Estos ejemplos demuestran que es técnicamente posible funcionar sin banco central, pero las condiciones que permitieron su éxito difícilmente se replican en una economía del tamaño y complejidad de Argentina.
El timing político: ¿ahora o nunca?
Un factor crucial que determina la viabilidad de cerrar el Banco Central es el capital político disponible para enfrentar una reforma tan controversial.
Milei llegó al poder con un mandato electoral claro y un contexto de crisis que facilitaba cambios drásticos. Sin embargo, implementar transformaciones estructurales requiere no solo mayorías legislativas (que el gobierno no tiene cómodamente) sino también un consenso social más amplio.
La ventana de oportunidad para reformas radicales suele ser breve. Pasado el shock inicial y recuperada cierta estabilidad, las resistencias se organizan y los costos políticos aumentan exponencialmente.
Si el presidente realmente desea concretar su promesa de campaña, probablemente deba hacerlo durante su primer mandato. Un eventual segundo período enfrentaría dinámicas políticas diferentes, con una oposición más articulada y una sociedad potencialmente menos tolerante a experimentos económicos.
Las consecuencias para el ciudadano común
Más allá de los debates teóricos y técnicos, vale preguntarse qué significaría para el argentino promedio que se cierre el Banco Central.
En un escenario exitoso, la eliminación del BCRA traería estabilidad monetaria duradera, fin de la inflación crónica, protección del poder adquisitivo y un sistema financiero más competitivo con mejores servicios para los usuarios. Los salarios y ahorros mantendrían su valor a lo largo del tiempo, algo que varias generaciones de argentinos nunca experimentaron.
En un escenario problemático, la transición podría generar incertidumbre financiera, volatilidad cambiaria, crisis bancarias si los mecanismos de autorregulación fallan, y redistribución involuntaria de riqueza según cómo se maneje la conversión de activos en pesos.
La experiencia de reformas similares en otros países sugiere que los resultados dependen críticamente de la calidad de la implementación. Un plan bien diseñado, con respaldos adecuados y comunicación clara, puede minimizar los riesgos. Un proceso improvisado o capturado por intereses particulares podría terminar en desastre.
El camino hacia adelante: escenarios posibles
Analizando la información disponible y las declaraciones oficiales, se vislumbran tres escenarios principales para los próximos años:
Escenario gradualista: El gobierno continúa saneando el BCRA y promoviendo la dolarización endógena sin cerrar formalmente la institución. Eventualmente, el banco central queda reducido a funciones mínimas de supervisión, vaciado de relevancia práctica. Este parece ser el camino más probable dadas las declaraciones recientes.
Escenario rupturista: Si Milei consolida poder político mediante victorias electorales y logra mayorías legislativas amplias, podría intentar el cierre formal del BCRA en una segunda etapa de reformas. Esto requeriría cambios legales profundos y probablemente reforma constitucional.
Escenario de retroceso: Las dificultades prácticas, la oposición política o shocks externos obligan al gobierno a abandonar o postergar indefinidamente la promesa. El BCRA mantiene su rol tradicional con algunas reformas incrementales en gobernanza y transparencia.
Conclusión: una apuesta histórica con resultado incierto
Cerrar el Banco Central en Argentina representa mucho más que una medida económica técnica. Es una apuesta filosófica sobre cómo debe organizarse una sociedad, qué rol corresponde al Estado en la economía y si los mercados libres pueden realmente autorregularse sin intervención gubernamental.
La propuesta tiene fundamentos teóricos sólidos en la Escuela Austríaca de Economía y responde a fracasos históricos innegables del modelo argentino tradicional. Sin embargo, también implica riesgos significativos y carece de precedentes modernos exitosos a gran
Considero que la clave estará en la implementación. Las ideas radicales pueden generar transformaciones positivas si se ejecutan con prudencia, o catástrofes si se aplican dogmáticamente sin atender las complejidades de la realidad.
Lo cierto es que Argentina se encuentra en una encrucijada histórica. El experimento libertario de Milei será estudiado durante décadas, independientemente de su resultado final. Para bien o para mal, el país sudamericano se ha convertido en el laboratorio mundial de ideas económicas que, hasta ahora, solo existían en libros académicos y debates teóricos (aunque no esté aplicando mucho de la teoría).
La pregunta final que todos deberíamos hacernos no es si cerrar el Banco Central es teóricamente deseable, sino si las condiciones políticas, sociales y económicas de Argentina permiten intentarlo sin generar costos superiores a los beneficios esperados. Esa respuesta solo la dará el tiempo y la voluntad colectiva de los argentinos de acompañar —o resistir— esta transformación histórica.