Argentina Sigue Creciendo: ¿El Inicio de una Recuperación Sólida y Sostenible?
Consumo privado en máximos históricos, inflación en mínimos de 8 años y tres trimestres consecutivos de crecimiento económico. ¿Estamos frente al primer verdadero cambio de rumbo en décadas?
El mito de la catástrofe argentina
Durante años, se nos ha querido convencer de que Argentina estaba condenada a la decadencia permanente. Que la inflación era un fenómeno irreductible, que el gasto público era intratable y que el pueblo argentino, genéticamente, prefería la servidumbre estatal a la responsabilidad individual. Pues bien: la realidad —esa molesta evidencia empírica que tantos economistas intervencionistas desprecian— acaba de poner las cosas en su puto lugar.
La economía argentina creció en el primer trimestre del año 2025 a un ritmo intertrimestral del 0,8%, lo cual proyectado de forma anualizada representa un crecimiento del 3,6%. Este sería ya el tercer trimestre consecutivo de crecimiento económico en la era de Javier Milei. ¿Y qué significa esto? Que, contra todo pronóstico, la Argentina liberal no sólo no colapsa: empieza a prosperar.
Claro, es cierto que este ritmo es inferior al 2% del cuarto trimestre del 2024 o al impresionante 3,9% del tercero, pero sería un grave error de interpretación atribuir esta moderación a un fracaso del modelo. Por el contrario, lo que está ocurriendo es una normalización del rebote: tras la recesión inicial provocada por el ajuste fiscal y la necesaria estabilización del peso, la economía comienza a asentarse sobre bases sanas.
Dicho en términos austríacos: Argentina está saliendo de un ciclo perverso de inflación, endeudamiento y consumo forzado por gasto público, para ingresar lentamente —pero con firmeza— en una etapa de acumulación real de capital y asignación eficiente de recursos.
El final del cepo y el miedo
La economía, como la vida, se mueve entre expectativas. Y marzo de 2025 fue un mes donde la expectativa se vistió de incertidumbre. El gobierno de Javier Milei había dado señales de que algo grande estaba por ocurrir. Y ocurrió: en abril se eliminó parcialmente el cepo cambiario y se pasó a un régimen de flotación del tipo de cambio, abandonando el nefasto crawling peg que había distorsionado por años el funcionamiento del sistema de precios.
¿Qué ocurrió en marzo? El mercado se paralizó. ¿Por qué? Porque los agentes económicos —a diferencia de lo que pasaba bajo gobiernos populistas— comprendieron que sus decisiones de inversión y consumo debían adaptarse a un nuevo contexto donde ya no manda el burócrata sino el mercado. No sabían si el dólar iba a subir o bajar, si las importaciones se liberarían o si los precios relativos cambiarían radicalmente. Y esa pausa —que muchos interpretan como signo de debilidad— fue en realidad un síntoma de maduración institucional.
En un sistema libre, el empresario se anticipa. No espera a que el Estado le dicte qué puede hacer o cuánto podrá ganar. Se anticipa, calcula, corrige. Ese fue el comportamiento racional de marzo. Y por eso mismo, todo indica que abril y mayo mostrarán una aceleración del crecimiento, ahora sobre bases mucho más robustas y desestatizadas.
El gobierno no intervino, no repartió subsidios, no lanzó planes de estímulo keynesianos para calmar los nervios del mercado. Simplemente anunció reglas claras y las mantuvo. Resultado: la incertidumbre se disipa sola y da paso a decisiones de largo plazo. El país comenzó, por fin, a funcionar como una economía de mercado.
La lección es clara: cuando el sistema de precios vuelve a ser respetado y el capital deja de ser un rehén del Estado, el miedo inicial se transforma en inversión futura.
La parálisis de marzo fue un síntoma sano de un mercado que, por primera vez en décadas, reaccionó libremente frente a un cambio de reglas. Y como era previsible en una economía desregulada y con expectativas más racionales, abril marcó el inicio de una recuperación sostenida.
El segundo mayor PBI de la historia sin déficit fiscal
Los datos no mienten. El Producto Interno Bruto (PIB) de Argentina —ajustado por inflación y estacionalidad— alcanzó en el primer trimestre de 2025 el segundo nivel más alto de toda la historia del país. Lo repito porque merece ser subrayado: Argentina produjo más riqueza que en casi cualquier otro momento de su historia… y lo hizo sin déficit fiscal.
Muchos analistas de café, progresistas resentidos o socialistas reciclados en tecnócratas, habían instalado un relato: que el ajuste fiscal mataría la economía, que Milei llevaría a una recesión permanente, que “achicar el Estado es achicar la patria”. Bueno… ¿qué van a decir ahora? ¿Cómo explican que la economía haya llegado a uno de sus picos históricos sin necesidad de emitir o subsidiar el consumo con gasto público artificial?
Porque, y este es el punto central, el PIB del segundo trimestre de 2022 —el único superior al actual— fue financiado con un modelo completamente insostenible: déficit gemelos, emisión monetaria descontrolada, reservas ficticias y un gasto público elefantiásico. Una orgía de corto plazo que empujó al país al borde de la hiperinflación. Era un crecimiento ficticio, endeble, empapelado con billetes que no valían nada. Lo que se generaba por un lado se destruía por el otro.
Hoy, en cambio, Argentina está creciendo con equilibrio fiscal. Y eso marca una diferencia radical.
No sólo se ha detenido la emisión monetaria; se ha recortado un 30% del gasto público en términos reales. El Estado ha dejado de funcionar como una aspiradora de recursos productivos. El capital, liberado de la presión tributaria y regulatoria, ha comenzado a fluir hacia los sectores más eficientes. Y el resultado no es sólo crecimiento, sino un crecimiento sano, sostenible, duradero.
Este es el tipo de expansión que predicamos desde la Escuela Austríaca: no el espejismo de la demanda agregada, no el placebo de los estímulos fiscales, sino la creación real de valor en un entorno de libertad, estabilidad monetaria y previsibilidad institucional.
El consumo está en máximos históricos y la inflación en mínimos
Uno de los dogmas más tercamente repetidos por los economistas keynesianos —y en especial por los opinólogos televisivos que no leyeron ni una página de Mises— es que la inflación cae cuando se desploma el consumo. Es decir: si la gente deja de gastar, los empresarios no venden, y por tanto, no pueden subir precios. De ahí concluyen que la baja de la inflación en Argentina sería simplemente una consecuencia de una caída en el poder adquisitivo y el consumo privado.
Falso. Radicalmente falso. La realidad empírica ha desmentido esta teoría con una violencia matemática que no admite réplica.
Los datos del primer trimestre de 2025 muestran que el consumo privado —ajustado por inflación y estacionalidad— alcanzó el nivel más alto de toda la historia argentina. Nunca antes los argentinos consumieron tanto en términos reales. Y al mismo tiempo, la inflación está en su nivel más bajo en ocho años.
¿Y entonces? ¿Cómo se sostiene la teoría de que la inflación bajó porque los consumidores están destruidos? No se sostiene. Es puro humo ideológico para no admitir una verdad incómoda: la inflación no es un fenómeno de demanda, sino un fenómeno fiscal y monetario.
Cuando el Banco Central deja de emitir para cubrir el déficit, cuando se sanea el presupuesto, cuando se eliminan los controles de precios y se permite que el tipo de cambio flote libremente, el sistema de precios recupera su función coordinadora. Y en ese entorno, los consumidores —lejos de estar reprimidos— responden con fuerza.
El argentino no dejó de consumir porque está quebrado. Al contrario, volvió a consumir porque por primera vez en años se siente económicamente seguro (parcialmente). Porque el peso, por fin, dejó de ser una estafa sistemática y pasó a ser una unidad de cuenta relativamente estable.
Es decir, no es que los empresarios “no pueden subir precios”. Es que no necesitan cubrirse de la inflación futura con márgenes defensivos, porque ahora pueden proyectar a mediano plazo con cierta confianza. Por eso baja la inflación: no porque el país esté muriendo, sino porque está empezando a vivir.
Macri vs Milei
La comparación es inevitable. Ya que muchos agoreros sostienen que “esto ya lo vivimos”, que el plan de Milei es apenas un reciclaje del macrismo, pongamos los números sobre la mesa y veamos. Porque las comparaciones históricas sólo son útiles si se hacen bien. Y cuando uno compara con rigor, la diferencia es abismal.
Tanto Mauricio Macri como Javier Milei comenzaron sus gestiones con una herencia peronista explosiva. Ambos tuvieron que sincerar precios —especialmente el tipo de cambio— y ambos enfrentaron caídas iniciales del PBI. Hasta ahí, el paralelismo superficial.
Pero lo que distingue radicalmente a Milei es que hizo el ajuste fiscal completo, inmediato, sin anestesia, y sobre todo, sin pedir perdón. Mientras Macri tardó más de un año en intentar ordenar las cuentas públicas, y cuando lo hizo, fue tímido, lleno de concesiones, preocupado por “el humor social”, Milei eliminó el déficit primario en cuestión de 1 mes y redujo un 30% el gasto público real sin temblarle el pulso.
Resultado:
— A los cinco trimestres de gobierno, con Macri el PBI todavía estaba 0,6% por debajo del punto de partida.
— En cambio, con Milei el PBI está 3,3% por encima del nivel previo a asumir.
Y eso, repito, habiendo hecho un ajuste más profundo, con una devaluación más abrupta y sin emitir un solo peso para financiarlo.
La clave no está solo en el “qué” sino en el “cómo”. Macri intentó ajustar dentro del marco del consenso socialdemócrata argentino. Milei rompió ese consenso de raíz y forzó una nueva narrativa nacional, una en la que el déficit es inmoral, el estatismo es regresivo, y la emisión monetaria es un crimen contra los pobres.
Por eso el plan de Milei funciona donde el de Macri fracasó: porque el orden no se impone con gradualismo, ni con marketing político. Se impone con principios, con claridad moral, con disciplina institucional. Y por primera vez en décadas, el Estado argentino está actuando como un adulto.
El desafío final: De rebote a revolución económica
Hasta aquí, los hechos son contundentes. La economía crece, la inflación cae, el consumo está en máximos históricos y el equilibrio fiscal es una realidad palpable. Pero cuidado: esto no garantiza el futuro. Sólo garantiza que el punto de partida, por primera vez en décadas, es sólido.
El verdadero desafío para Argentina empieza ahora.
Porque lo logrado hasta hoy —aunque extraordinario— es apenas la estabilización inicial. Es el equivalente a sacar al paciente de terapia intensiva. Pero la recuperación plena, la construcción de una economía moderna, abierta, competitiva y dinámica, requiere reformas estructurales de fondo que aún están pendientes.
La madre de todas las batallas será la reforma laboral. Sin un mercado de trabajo flexible, dinámico y verdaderamente libre, Argentina nunca podrá absorber el desempleo estructural ni reducir la informalidad. Necesitamos eliminar cargas patronales, desregular convenios colectivos y devolverle al trabajador argentino la dignidad de negociar por sí mismo sus condiciones laborales sin tutela sindical ni estatal.
En paralelo, la reducción del peso del Estado sobre el sector privado debe continuar. Milei ha hecho mucho, pero queda un Estado gigantesco, plagado de burocracia inútil, regulaciones absurdas y empresas públicas que siguen siendo agujeros negros de recursos. Hay que destruir al leviatán.
Y luego está el tema monetario. El régimen de flotación libre ha traído oxígeno, pero el futuro exige ir más allá: Argentina debe avanzar hacia la completa eliminación del Banco Central, o como mínimo, hacia un esquema de competencia de monedas que acabe con el monopolio de la emisión (y ojalá, el patrón oro).
Por último, la reforma impositiva. El aparato tributario argentino sigue siendo confiscatorio, anti-inversión y destructivo para la acumulación de capital. Sin una baja radical de impuestos, el impulso productivo terminará chocando contra una pared fiscal.
El camino no será fácil. El establishment político, los sindicatos, los burócratas y buena parte del periodismo militante harán todo lo posible por frenar este proceso. Pero ahora, los resultados están a la vista. La sociedad ya no compra el relato del miedo.
La economía argentina tiene hoy la oportunidad histórica de dejar atrás un siglo de populismo, intervencionismo y decadencia. La pregunta no es si puede hacerlo. La pregunta es si tendrá el coraje político de completar la tarea.